viernes, 20 de febrero de 2009
EL ORIGEN DEL MUNDO
viernes, 13 de febrero de 2009
NANAS DE LA CEBOLLA
No puedo dejar de sobrecogerme con las “nanas de la cebolla” de Miguel Hernández cada vez que me encuentro con sus versos. Una vez, hace veinte años, una compañera de estudios de un pobre y pequeño pueblo de Toledo, nos hizo un sutil, barata, deliciosa y original lasaña de cebolla, zanahoria, pimiento rojo, tomate y sesos.
Una cebolla grande, tipo horcal, la cortaba por la mitad y sacaba con cuidado las medias esferas. En una sartén grande, con poco aceite y con el fuego muy bajo pochaba la cebolla salpimentada sin removerla. Esa cebolla traslúcida sustituía las láminas de pasta. A parte freía también la zanahoria y el pimiento muy rallado y luego el tomate verde con una pizca de tomillo. Con esa fasta y finas láminas de los sesos limpios y cocidos con laurel, sal y ajo, intercalaba láminas de cebolla, láminas de relleno y láminas de sesos en un pequeño molde que cubría con una ligera besamel que horneaba hasta dorar un poco.
El sabor dulce de la cebolla, el acidillo del tomate, la untuosidad de los sesos asombraba al paladar y a la experiencia. Ya sé que los sesos no tienen buena prensa, pero a mi me encantan. Colesterol cien por cien.
He perdido la pista de esa amiga y compañera de entonces, que también me enseñó a hacer la masa de las pizzas. Se llamaba Teo.
Nanas de la cebolla, guisos de crisis.
miércoles, 11 de febrero de 2009
ESO
martes, 10 de febrero de 2009
ARROZ CON RABO
Mi magdalena de Proust es más rotunda, menos delicada. Se llama “arroz con rabo”, un arroz meloso e intenso que me hizo mi abuela Ángela muchas veces, atenta siempre a mis caprichos, apetencias y manías gastronómicas recién cumplidos los catorce.
No recuerdo ni un día en el que la comida de diario no fuera en su casa para mí una fiesta. No he dicho nunca a ninguna de mis circunstanciales cocineras esa lapidaria y cruel frase de “cocina mejor mi abuela que tú”. Una frase así rompe cualquier corazón y seguro que ante un juez o ante una almohada es motivo de divorcio. Solo un necio podría pronunciarla.
Pero es verdad. Nadie como ella.
Además Ángela, a pesar de ser yo un chico, tuvo especial empeño en enseñarme los trucos y secretos de sus guisos. Era el único hombre al que dejaba entrar en su cocina a remover una sartén o probar con la cuchara de palo lo que se cocía en una cazuela.
Hoy, cuanto más conozco de la infinita diversidad de las cocinas del mundo, más aprecio esos pocos guisos que aprendí de ella y que sé preparar con cierta habilidad y entre ellos este arroz con rabo de cerdo, este arroz de nombre tan rotundo y tan poco sutil, una joya de la cocina del despojo, una maravilla que puede hacerse, a precio de hoy, con menos de tres euros.
Hace poco, un amigo estuvo en Pekín y me contó que se atrevió a probar un extrañísimo plato de arroz suculento y meloso hecho solamente con un pequeño sofrito y el caldo de cocer unos rabos de cerdo en el que los mismos rabos troceados y muy cocidos se deshacían con el tenedor en el arroz ya seco. Al final no quedaba en el plato más que una montañitas de vértebras.
Siempre he sospechado que chinos y extremeños tuvimos hace miles de años un pariente común.
Le invité a comer el plato la semana siguiente asombrado de haber hecho de oídas tan exótico guiso pekinés. Le gustó más mi guiso. Tu guiso Ángela.