“Hamburguesa de 666 dólares
de Nueva York”. Está hecha de foie gras, rellenas de Kobe, con queso gruyere
derretido con vapor champagnizado, langosta, trufas, caviar y salsa de barbacoa
hecha con los granos de café Kopi Luwak, adornada ademas con pan de oro, el culmen de
la estupidez culinaria.
(Foto de The Daily Mail)
...Y sin embargo el periódico atrasado grita remotas denuncias de
hamburguesas fabricadas con carnes de bestias tristes sacrificadas en países esteparios, plastas de carne llenas
de maquillajes y químicas, trampantojos y destilados tóxicos, músculos,
ternillas, sebos triturados con industria y trampa. De cuando en cuando la
burla se destapa y así hasta la siguiente. Comida rápida, lo llaman. Más bien
pienso compuesto para monos carnívoros.
Estás solo. El día ha amanecido frío y trasparente a
pesar de las nubes oscuras de la sierra. Mueles el café y te preparas una buena
taza, claro, aromático, ligero, natural, solo, para ir saboreando su acidez dorada
durante un buen rato mientras se caldea la casa. Comienza a nevar fuerte y
sientes una alegría instintiva, infantil, antigua.
Ayer con cinco euros compraste un corazón de ternera y un poco de panceta, una escarola
amarilla y dos naranjas. Has sacado del cajón la picadora de carne de tu
abuela. Tiene la tosquedad de un animal de hierro primitivo que quedó
fosilizado en alguna era remota, pero funciona bien. Limpias el corazón y le
troceas en dados, haces lo mismo con la panceta fresca retirando su piel y
metes puñados de carne por la boca de
metal de la máquina. Giras la manivela de madera de boj y van saliendo
por las pequeñas bocas de acero filigranas de tocino y carne roja. Amasas luego
esa picada añadiendo sal, pimienta, ají amarillo, un poco de ajo, piñones y
perejil machado, un huevo batido, algo de harina de maíz y el tomillo que
recogiste en Julio. Ya tienes tus hamburguesas de anticuchos que luego vas a
asar en las brasas de encina y a comer entre dos rebanas gruesas del pan que
hiciste ayer gracias a la receta mágica de tu amiga Susana. Acompañarás la rica
hamburguesa sudamericana con un ensalada de escarola y naranja, picadas ambas
muy finas y aliñadas con un poco de yogut batido con aceite, vinagre, sal de
algas y una pizca de miel.
El olor de la carne asada se
esparce por la cocina. Te han salido unas hamburguesas grandes y caníbales que
no van a necesitar salsas ni afeites, se bastan ellas solas para llenarte el
corazón de calma y saciar la tristeza de tu hambre.
Te sientas en la vieja mecedora a disfrutar el espectáculo
sagrado de la nieve, del tiempo detenido, de la chimenea que has alimentado de
nuevo con otro tronco reseco lleno de líquenes grises y terciopelos azules, de
estas hamburguesas tan poco ilustres, tan poco nobles, tan baratas, fabricadas
sólo con amor y corazón, mimo y especias, sobre pan y tiempo. No necesitas nada
más.
El cariño no se compra con dinero....
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