Amasar el pobre hojaldre con cuidado y paciencia. Rellenarlo de
hambre, tiempo, zamburiñas y cebolla, por ejemplo. Para que luego a ella no le
guste. O prefiera el deslumbrante sigilo
del bróker, del listo, del mundano atesorador de tarjetas black de grafito
iridiado. El cocinero no tiene nada, salvo una receta de hojaldre y de silencio.
El reproche, ese dicho a vuela pluma, esa frase que corta, esa
palabra pronunciada en forma de invisible puñetazo. El reproche es una sentencia en firme,
una enmienda a la totalidad, un muro altísimo que ya no podemos cruzar o romper
o disolver. Es lo que tienen las palabras, que hacen igual de daño que otras
armas de destrucción masiva. Hay quien va por el mundo con cuidado, sabedor del
peligro de granada de mano que tienen los reproches. Hay quien los va soltando
como si fueran fallas y los petardos no tuvieran metralla afiladísima y caliente.
“Si hubiésemos sabido que el amor era eso”, recuerdo su lectura,
un final de mayo como este, hace ya treinta años. Me asombra hoy lo mucho que
sabía entonces de ese misterio o lo poco que sé ahora de todo eso (imaginaba
que sería con el tiempo lo contrario, pero no). No pelear, no explicar, no
exigir, dejar fluir, entender, mezclar con cuidado la confianza, la amistad, el
erotismo, el tiempo. Lo demás es vanidad, Lope resucitado, telenovelas de Isabel
Allende, androcentrismo a la violeta, pedir peras al olmo, considerar como
verdadero el mal cuento de la media naranja, todo ese rollo insensato.
Pero somos todos muy brutos, vamos a lo nuestro, ajenos a la fragilidad
y la delicadeza que supone encontrarse, acercarse, desnudarse. Consideramos
seguros los afectos, pero no, sólo es seguro este instante y el siguiente, poco
más. Es fácil de romper todo el hojaldre que amasó el pastelero con todo su
saber y buenos ingredientes, dorado por el horno y el ojo vigilante.
Uno se puede levantar de la cama con una caricia puesta o un
reproche en el aire. La distancia que separa ambos hechos es mayor que la que
aleja a las galaxias. “No me gusta tu hojaldre”. Bueno, ¿qué vas a replicar o a
defender? Y luego esa despedida formalista y adecuada para cerrar las puertas: “nunca
puedo contar contigo para nada”, “que tengas un buen día” y el etcétera en
forma de distancia. Y el hojaldre frío, ya sin sabor.
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