No consigo recordar. Recordarla. Ni siquiera su olor. Y si no hay
olor poco se puede inventar. Una vez, hace unos días, recordé su voz.
Caminábamos por Madrid sin ninguna prisa, sin nada que esperar. Me cogió de la
mano como una adolescente. Recorrimos muchas calles bajo una nubes grises que
nunca nos mojaron.
Ahora no sé si recuerdo su cuerpo o me confundo. En todo caso es
seguro que hoy, tantos años después, ese cuerpo ya será otro. Mi cuerpo tampoco es ahora el mismo. Luego, dormida, respiraba muy despacio, como si casi no necesitara
el aire su cuerpo de nadadora. Su piel tenía un tono más claro donde esos meses
le había tapado el bañador.
No consigo recordar. Esto es hacerse viejo. Eso y no desear. O
pensar esa estupidez de que ya hay muchos libros que nunca podremos releer. Si
pudiera recordar su olor sería distinto. Cuando se fue dejamos de vernos sin
mayor drama o desaire. Volví a casa dando un largo rodeo por el mundo. La
primera vez que descubrí que ya no la recordaba estaba cocinando un guiso de
alcachofas con perdiz. Es un plato de fiesta, suntuoso e intenso, aunque esa
vez estaba solo y todo era dudoso por delante. Estofadas las perdices con su
mucha cebolla, su cabeza de ajo, sus laureles, tomillos, aceite, vino y
vinagrillo, luego cocemos los corazones de alcachofa en ese caldo de caza junto
a una patata. Deshuesamos las aves y añadimos su carne limpia en el último
hervor de la verdura. Desearía recordar sobre todo su olor. Sin olor la memoria
es sólo un triste cine, una novela de ibook, un guiso por la tele. Apenas nada.
Hoy he vuelto a cocinar las alcachofas con perdiz. No consigo
recordar como era su cuerpo o porqué me enamoré con tanta intensidad. Mastico
un corazón de alcachofa con un pedazo de carne de perdiz. Es seguro que también
ella me olvidó. Todo lo arrasan los días que una vez fueron porvenir. Pero lo más triste de todo es eso, olvidar un olor. (de: “El Barco Caníbal”. Fragmentos desechados)
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