Pintura de: Charles Ethan Porter (1890) |
Escondidos, quién sabe de qué persecuciones o de qué memoria o de
que jaurías. Juegan sin saber, sin demostrar que saben, sin recordar lo que
aprendieron antes o con quién. Tampoco las palabras significan mucho, se divierten diciendo
y no diciendo, sin miedo a vulnerar ninguna prevención, sin obligarse a decir
verdad, sin inventar fabulaciones para sentirse bien tan juntos. Se comieron
ayer, con las manos como único cubierto, un pollo asado grande y varias
botellas de sidra helada compartidas a morro. De postre una sandía y desde
entonces nada. Se han pasado la noche hablando y follando sin saber ahora muy
bien si hubo separación entre ambas dichas o fue todo un fluir del que no se han
cansado por ahora. Tal vez porque ya se conocían, de tantos años juntos
viviendo en paralelo sin tocarse, viendo como cada cual enlazaba amores y
cambios de maleta, errores y equívocos, cortes de pelo y canas, todo lo que
alguien se atrevió una vez a llamar experiencia y sólo es humo. Ella salió después
a correr durante largo rato y él preparó zumo de papaya, naranja y menta,
ensalada de escarola con queso, nueces picadas y vinagreta dulce. Cuando llegó,
con la piel caliente y brillante de sudor no quiso borrar con una ducha su
sabor, ni él tampoco. Allí siguen escondidos, emboscados, a salvo, en un
tiempo remoto que no corre parejo a este febrero que acaba, al margen, donde
sólo los valientes se atreven a vivir.