Acabaste a hostias con el cocinero aquel que nos
sirvió una refinada porción de “ensaladilla rusa”. Ir contigo a comer era menos
relajante que montar en una montaña rusa de doble tirabuzón tras haber deglutido un cocido completo
sin dejar ni un garbanzo. Se atrevió el arrogante a defender ante tí aquel
engrudo de patatas y zanahorias cocidas, guisantes de bote, atún en conserva,
surimi de marciano y mahonesa industrial que había osado adornar con
unas pocas huevas de lumpo y la cola de un langostino ecuatoriano reseco. ¡Es
casi como la receta original! Eso se atrevió a afirmar el irresponsable entre
medias sonrisas antes de que comenzases la gresca en aquel decorado diseñado
por Philippe Starck. Contigo no valían los enjuagues, los sobornos, ni las medias
verdades, por eso nunca se me ocurrió decirte que te quería.
La receta que Lucien Olivier
inventó en el Hermitage de San Petersburgo se perdió, Él la llamaba “mayonesa
de faisán”. Pero esa tarde te empeñaste en rebuscar en la biblioteca de mi abuelo el libro de Alexandrovoy “Arte Culinario” que alguien publicó en el
último año del siglo XIX. Edición en ruso. No entendía eso ni dios, pero una
amiga de una amiga tiene una amiga rusa que trabaja recogiendo fresas en Huelva
y ella te hizo la traducción de la receta de este maravilloso mejunje. Luego
saliste a comprar los ingredientes. Patatas medianas cocinas con su piel al
vapor, la carne de dos muslos de faisán guisados en grasa de oca, pepinos
agridulces y frescos, aceitunas griegas, alcaparras en vinagreta suave,
cebollino, colas de cangrejos de río guisados en su mantequilla con eneldo
fresco, cebollino, dados de gelatina de caldo de faisán, unos huevos de
codorniz cocidos, virutas de trufa, cucharadas generosas de beluga, mahonesa casera
que ligaste a mano. Cuando te ví cocinar aquel galimatías descubrí porqué
aquella receta se había concebido antes de la revolución del 1917, entendí con
claridad porqué el pueblo ruso se había llevado por delante a los zares, sus
amigos y a sus cocineros.
Pero borré sin problemas los
recuerdos de mis lecturas leninistas cuando colocaste ante mi la pequeña
montaña de “mayonesa de faisán” o “ensaladilla rusa” o como te de la gana
llamar a aquel invento centenario. La devoré con hambre y con usura, lentitud y
saña, masticando despacio, relamiéndome, sonriéndote feliz por el inmenso
regalo. Los libros antiguos de cocina
tienen estas sorpresas, atreverse a hacer aquellos guisos puede llevarnos a
lugares extintos, a placeres perdidos, a sabores ignotos. Por suerte yo tenía
buena mano con la liebre royal y pude igualar tu desafío. Quién ha probado mi
liebre lo sabe.
Pero ahora, ¿cuál será lo
siguiente? Ayer sugeriste que pensabas hacerme L'oreiller de la Belle Aurore…
He salido huyendo de tu casa antes del amanecer. Ese camino tuyo sólo lleva a
la toma del palacio de invierno a afilar de nuevo a madame guillotine y yo no
quiero ser responsable de más revoluciones sangrientas. Me rindo, una huida a
tiempo no es una victoria, pero me da igual. Vuelvo al huevo pasado por agua, a
la tortillita francesa, a la alita de pollo, a los caldos viudos, a la sandía a solas, soy un cobarde. (Fragmentos desechados de "El Barco Caníbal")
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