Foto: Saul Leiter |
Pensaba que
estaba demasiado delgada. Se levantó de la cama y se tapó en un segundo con el
viejo albornoz como si aún le pesase el pudor de una adolescencia ya remota. Él
imaginó un par de frases para explicar lo mucho que le gustaba su culo, pero no
dijo nada. Se hizo el dormido mientras ella trasteaba en la cocina y colocaba
algunas piñas secas y troncos en la chimenea. Dijo entonces las frases y después
buenos días aunque ya eran las las cuatro de la tarde.
Había hecho garato de tenca, una receta sefardí antigua como la sal. Los dos filetes
de tenca, limpios de piel y de espinas, reposaron dos días bajo una capa de sal con
pimienta. Se levantó de la cama y preparó en la cocina los alimentos. Lavó el
pescado de sal y tras secarlo bien, cortó lonchas casi traslúcidas con un viejo cuchillo que aliñó
con buen aceite y limón. Preparó también pan tumaca, queso en aceite y una
ensalada de escarola macerada en zumo de granada.
El fuego
comenzó a arder con fuerza. Había bastado revolver las brasas de la noche y
colocar sobre ellas unos tocones de encina. Ella volvió a la cama
corriendo y dejó el albornoz azul tirado en el suelo antes de esconderse bajo
el edredón y llamarle. Llevó la comida hasta la mesa que había junto a la
chimenea y amontonó las tres almohadas haciendo una suave pirámide sobre la que
ella colocó su vientre. Agarró sus caderas como quién se dispone a entrar en la
tormenta.
La desaparición
del amor es pocas veces irreparable. La vida tiene sus mecanismos secretos, el
instinto de seguir adelante. Tenemos también el olvido, la fabulación, el propio
tiempo derrumbando los mitos que el deseo construyó sobre arena. Pensó que sus
gemidos agudos debían parecerse al canto de aquellas sirenas antiguas. Tampoco él
pudo resistir mucho tiempo aquel balanceo furioso.
A él le
gustaba una delgadez que nada tenía que ver con su hambre. Comieron el garato y
el resto de alimentos descubriendo que la desaparición del amor sería irreparable.
Volvieron luego de nuevo al arrecife blando de la cama. Se dejó hacer y deshacer.
Ya no había allí ningún pudor adolescente.
(de: "Olvido en salsa". Inédito)
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