Ilustración de Erik Jones |
Las salsas picantes tienen eso, sus filias y sus fobias. Prefiero
el amor al que le gusta el picante en todas sus versiones: rabioso, perfumado,
potente, sutil y delicado. Mientras se fríen las patatas en cuadrados, primero a
fuego medio y luego fuerte para que queden bien doradas, vamos haciendo la salsa
brava.
Instrucciones I: Cocinar una salsa de tomate con su cebolla
caramelizada. Una vez que esté hecha añadir a esta salsa, en el vaso batidor:
una cucharada rasa de pimienta negra, tres pimientas de Cayena, medio vaso de
aceite de oliva virgen, un puñado de tomates secos rehidratados, un diente de
ajo, un puñado de hojas de albahaca, un tomate crudo maduro y pelado, un chorro
de salsa Worcester y la sal. Dar caña a la batidora cinco minutos a buena potencia para que todo quede
convertido en una pasta medio roja medio anaranjada. Si espesa demasiado añadir
un poco más de aceite y agua.
Instrucciones II: Nada peor que unas patatas mal fritas o una
salsa brava de bote, para eso no te pongas. Nada más triste que el sexo sin
picante ni cerveza bien fría en el antes, el durante o el después, para eso no
te calientes ni le calientes a nadie el alma y la ingle. La vida siempre arde en la lengua, el paladar
de los valientes es el que sabe disfrutar siempre de las salsas íntimas, naturales
y picantes.
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