Tortilla de patatas deconstruida. |
Vuelve el hambre, como el deseo, como la curiosidad, como las
ganas de caminar. Todo eso que les indica que están vivos, que no son zombies
ni vampiros ni tristes ni procrastinadores de ese placer antiguo, sencillo y
asequible. Octubre se va filtrando por los días pero el frío no ha llegado a la
casa. Si se acurrucan bajo el edredón es por la glotonería de tocarse allí
agazapados igual que hace unos minutos descansaban desnudos y en silencio,
expuestos a la luz de la tarde, recuperando el aliento, aún saboreando la gustosa
derrota.
Admira su piel, morena todavía,
los años invisibles ahí detrás de la carne o el vivir ahora con la
certeza de que la historia lo arrasa todo y sólo a veces, las palabras
escritas tienen resistencia de roca tallada o belleza de ruina. No tiene
pereza entonces para levantarse, pelar unas patatas, desmenuzar una cebolla,
batir seis huevos y hacer una hermosa tortilla de patatas poco cuajada,
añadiendo a la fritura del tubérculo su ingrediente secreto. Acompaña el festín
con un precioso vino trocken criado en el Mosela alemán y un pan ligero que
amasaron ayer a cuatro manos gracias a una receta de Susana.
No hay nada más valioso que este tiempo. Lo demás solo es ganga y
ceniza. En el mundo de los zombies y los tristes las tortillas se venden precocinadas
o convertidas en líquidos estropicios servidos en una copa o petrificadas como estuco amarillento en
la barras de bares condenables. Pero ellos están a salvo por ahora, embellecidos por
la precariedad permanente de los cuerpos, la fragilidad de la vida, el dudoso
porvenir de este siglo y sonríen mientras comen porque a veces una tortilla de patatas casi
sustituye al sol.
(de: “El Barco Caníbal”. Fragmentos desechados)
(de: “El Barco Caníbal”. Fragmentos desechados)
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