¿Por qué no logramos domesticar
las encinas?
¿Por qué logramos convertir en plantas de cultivo, en
frutos y semillas comestibles, a muchos vegetales salvajes (trigo, maíz,
manzanas, nueces, almendras…) pero no a las alimenticias bellotas?.
La venenosa almendra fue
civilizada. Algunos pocos almendros tenían un gen que les impide sintetizar la
sustancia amarga y venenosa (amigdalina). Esas almendras no amargas fueron
plantadas por los primeros agricultores. Esos almendros anómalos eran escasos y
raros ya que sus frutos no venenosos eran devorados con frecuencia por los
animales evitando que sus semillas proliferasen. Pero algún humano curioso e
innovador mordisqueó por azar una de esas almendras y todos aprovechamos el
hallazgo. Se han encontrado almendras salvajes dulces en excavaciones en Grecia
datadas 8000 a.C. y en el 3000 a.C. ya se cultivaban por todo el Mediterráneo.
En cambio las bellotas, ricas en
almidones y grasas y que fueron utilizadas en diversas épocas históricas y distintos
pueblos como alimento en momentos de hambre o malas cosechas moliendo y lavando
su harina para eliminar los taninos amargos nunca fue civilizada como el
almendro. ¿Por qué razones?. Las encinas crecen de forma lentísima y tardan
décadas en ser más o menos productivas, su fruto es diseminado por miles de
animales, pero es que además su amargor está controlado por varios genes y no
por un solo gen como la almendra. Cualquier primitivo agricultor de hace 10.000
años se hubiera desesperado plantado encinas aparentemente dulces y su
paciencia se hubiera agotado en la espera infructuosa de más de una década.
Había a su alrededor plantas más fáciles, frutos de crecimiento más rápido y de
sabor más jugoso que las bellotas.
No pudimos civilizar o domesticar
a las encinas pero el ingenio humano supo utilizarla “tal como era”,
aprovechando su riqueza sin destruirla, de forma sostenible y sabia.
La encina sigue siendo por lo
tanto un árbol salvaje que seguimos explotando como si fuéramos aún
cazadores-recolectores, igual que hace miles de años. Cortamos su leña y
utilizamos sus frutos como alimento para cerdos y para toda la fauna de la
dehesa.
Pero yo sigo teniendo un gusto primitivo. A mi paladar de
gourmet civilizado y tecnológico, con su correspondiente blog le gusta el
áspero fruto de la encina. Los pocos aficionados humanos a este fruto, los que
están “en el secreto”, buscamos aquellas encinas “mutantes” que tienen frutos sin los amargos taninos. Si el año ha
sido húmedo esas bellotas especiales tienen un sabor ligeramente dulce,
aromático, sutil, original, aunque su “carne” sea más dura que la castaña o la
almendra. Nosotros, los raros golosos de esas bellotas, siempre caminamos por
una dehesa en época de montanera mirando, investigando, cuál de entre todas
esas miles de encinas atesora ese secreto apetecible.
Hoy mucha gente desconoce que hay
bellotas comestibles, creen que es comida de bestias, pocos saben que existen
bellotas dulces. Se ha perdido esa cultura alimenticia o se rechaza por lo que
representa de tiempos pasados de miserias y hambres. Algún urbanita, compañero
de paseo campestre, me ha mirado alucinado al verme comer con gusto una de esas
bellotas sin entender mi alborozo y alegría al haber descubierto en el paseo
una rara encina de frutos comestibles. Me encanta mirar una dehesa, ese bosque civilizado de árboles sin
domesticar. Árboles que crecen y viven más tiempo en el mundo que nosotros
los hombres, que alimentan a nuestros animales y convierten al cerdo ibérico en
un milagro de sabor exquisito.
Me hace feliz contemplar un
encinar de grandes árboles frondosos, duros y viejos y cuando me como una
bellota con paladar de gourmet, con paladar de primitivo cazador, me siento
cómplice de ese árbol que por azar de la genética o por la magia de la
naturaleza da frutos dulces. Admiro las grandes dehesas españolas igual que
puedo admirar las selvas del Amazonas. Ambos bosques son la vida y evitan el
desierto.
Busquen y prueben. Escupirán sin
duda muchas antes de dar con la rareza. Seguro que alguna tienda de
delicatessen ya tiene o tendrá en un futuro no lejano, entre su oferta, este
exótico fruto, tan familiar. A veces no hay que traer de lejos exquisiteces, en
ocasiones lo exquisito lo tenemos a cuatro metros de casa. Hay que pelar las
dos pieles y masticar pedacitos sacando despacio el jugo dulce y raro de la
tierra, de la vida.
Esta Foto y esta receta es de:
“Un hombre mayor de la comarca
del Valle del Guadiato, en
Córdoba, nos contó: "gracias a las bellotas comimos
cuando el hambre" y nos dijo cómo
las preparaban.
Se hace una hendidura a cada una de las bellotas
en la punta para que puedan coger el
aroma, se ponen en un recipiente con agua, con la cáscara de la naranja, la
rama de canela, la miel y canela en polvo y se dejan hervir durante 25 minutos
aproximadamente.
Se escurren del agua y se sirven con la canela
como aperitivo o dulce.”
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