Mediados de agosto, con diez o doce años, siesta obligada de la que siempre nos escapamos para ir al río a pescar y a bañarnos hasta casi las nueve. Somos niños salvajes requemados por el sol que volvemos con un hambre caníbal. Olor a tierra caliente y mojada bajo la parra. Avispas peleando contra niños, chicharras enloquecidas, brisa con olor a tabacos en flor. Una rebanada de pan y un tomate maduro y perfecto cortado por la mitad por mi abuelo, un chorro de aceite y sal. Nada más. Una delicia. Tal vez de verdad el sabor del paraíso, el maná, el fruto aquel del árbol de la ciencia.Descubro que hoy, treinta años después, todos perseguimos aquel tomate. Pero no hay alimento en la tierra que no haya sido más manipulado genéticamente para que su color, su forma, su textura, su calibre, su duración sea más perfecta y rentable. Se olvidaron del pequeño detalle del sabor. Ahora, en vista de la demanda, quieren fabricar aquellos tomates de antes, pero no lo consiguen. Eso si, cobran a precio de oro esos sucedáneos bautizados como Raf o Muchamiel sin serlo. Siempre es caro recuperar la memoria de un sabor o de un amor. Y nunca se consigue. Una vez, hace ya más de diez años, me pusieron un tomate parecido en un restaurante de Baeza. El dueño me quería dar una hostia por haber besado a la cocinera y huertana que era su mujer. La segunda vez que me encontré con el milagro fue en una cantina de mala muerte del Ampurdán, pero su dueño, malencarado y barrigón no era besable. Le dejé mil de propina.Entonces vienes tú con unos tomates sospechosos, imagino que comprados a alguna mafia de traficantes de tomates de verdad y otras solanáceas prohibidas. Sacas una vieja navaja para cortar el pan y hacer unas rajas en la pulpa de ambas mitades, echas el aceite precioso y la sal mallorquina que tanto te gusta. Muerdo ese tomate proutsiano y te doy un beso con sabor a tomate y a verdad. Debe de quedar por ahí alguna tomatera imperfecta, olvidada por los monstruos que fabrican hoy los alimentos. Cada diez años más o menos me encuentro con uno de sus frutos. Ahora a esperar a que cumpla los cincuenta y se produzca de nuevo el reencuentro. Me dan ganas de poner un anuncio en la sección de contactos: Se busca tomate maduro y que sepa de verdad.
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