No quiero más lejanía, ni más voz, ni más culo que el tuyo. Vaya declaración de amor. Ya sabes que no soy delicado, ni prudente, ni listo en buscar conveniencias o caricias sensatas o culitos discretos. Dejo reposar media hora el buey en ese adobo. Luego sofrío en un wok un poco de ajo picado y doro allí la carne rápido a fuego fuerte. Deben ser tus cuarenta o los veinte de sueños, lejanía, silencio. Debe ser tu sonrisa, tus manos, tu olor, tu abrazo o esa forma que tienes de recorrer el mundo sin cansarte.
Mezclo en un mortero grande de piedra tomates secos remojados y picados, vinagre de arroz, salsa de ostras, una pizca de azúcar, el resto de mi salsa nuoc man, convierto la mezcla en un puré consistente que vierto en el wok y en dos minutos añado la carne, remuevo, subo el fuego y sirvo luego bien caliente con arroz blanco hervido por toda compañía. Si lo quieres picante ya sabes, un aji, una guindilla, cualquier forma de rabia alimenticia. Debe ser que he descubierto que solo me gusta el amor que nos toca la memoria, el amor difícil, inconveniente, azaroso, el que nos muerde un día por sorpresa y recordamos con gusto que ya nos mordió ayer, hace tanto. Me gusta mucho el Lac Loc, tan inconveniente, gustoso, fuerte, carnívoro, meloso, caliente, intenso. Para comer en un bol con palillos mientras saboreo la ¿soledad?, no es eso. Te gustaría este Lac Loc. Nada tiene de exótico. Para mi que Vietnam debe ser un barrio de Madrid pero con selva, un país de cocineros sabios y leyendas donde saben mezclar la savia de la vida con el tiempo marinado en todos los ingredientes que nos nombran humanos y nos hacen felices. Me siento vietnamita, africano, yanki, siberiano, aborigen, extremeño, urbanícola, yaki, moro, hermano de cualquiera que sepa que el amor, la gratidud y los sueños son siempre inconvenientes, cualquiera que sepa cocinar lo suficiente para que comer sea siempre fiesta.
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