No me gustan los callos, puag, y me encantan los callos. Solo me gustan los de una tasca de Garganta la Olla, un bareto de un pueblo cercano a Atapuerca y una tabernucha de NY. Parece que a estos (el garganteño, el burgalés, el neoyorquino) les enseñó la misma cocinera. Son suaves, con la ternura justa, el tomate en su punto y el picante suficiente y necesario para que nos calienten el alma por completo y apetezca pan y cerveza fría. ¿Cuántos me he comido con mi tío Angel después de toda una mañana pescando truchas?... Días de felicidad total, plena, absoluta, sin fisuras. Una garganta de aguas transparentes, muchas truchas en el cesto, toda la tarde para seguir pescando y un refrigerio en el bar de Silverio de cochinillo frito (supremo), callos picantes (exquisitos), magro con pimientos (delicioso), pan de pueblo y muchas cervezas para acomodar la plenitud. No se puede pedir más.
Concurso de sartenes Lecuine
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Esta publicación es cortesía de webos fritos
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Hace 6 meses
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