(Foto: Brigitte Niedermair)
Me gustan los alimentos producidos aquí cerca, que han crecido gracias al mimo del agricultor. Pero también me gusta lo raro, lo exótico, lo remoto. Tan importante como el trueque es el comercio. Tomates de la huerta, ajis de Perú. Me pregunta mi amigo L. por alimentos o guisos afrodisiacos esperando que le cuente algún secreto, el gran secreto. Le sorprende mi respuesta. De eso no hay. Pero comer con hambre, con apetito, una guisos cocinados con cariño y saber, regados con un buen vino junto a alguien que nos gusta ya es bastante afrodisiaco.
Comer con gusto... ¿qué mejor forma de celebrar el deseo de vivir?, ¿qué mejor entremés que esa comida y ese vino antes de ponerse a comer y beber otras carnes y licores?
Son afrodisíacas las palabras, los olores, la memoria... Hoy se venden muchos alimentos y potingues utilizando esa etiqueta pero es, como tantas cosas en la comida, estúpida publicidad engañosa. Hubo un tiempo en el que se consideraban afrodisiacos los huevos de avestruz, las lenguas de flamenco, el polvo de momia de perro, las ostras, los caracoles, el caviar. A mi eso de los bífidus, caseis, probióticos me suenan igual que lo del polvo de momia de perro.
Siento la foto, pero viene al pelo para todos los que creen en los afrodisiacos, los puturús y la baba de caracol.
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