Stas Kadrulev |
Le gustaba su
culo. Era miles de años de evolución pitecina y sapiens. Un espacio corporal
estudiado mil veces por antropólogos y sexólogos de todos los colores, sin contar
con las sublimaciones del arte desde las Venus de Willendorf a las de Velazquez, Rubens o Boucher. Además, por alejar el tufillo “rancional” o fetichista de desear
un pedazo de carne separado de la identidad de su dueña pensó en el posesivo “su",
inseparable de aquel culo tan rico.
Pero no quería
decirle que su culo precisamente le había inspirado la cena de esa noche. Sobre
un cuadradrillo de brick frito colocó dos finísimas lonchas de jamón ibérico y
sobre ella una intensa yema de los maravillosos huevos de las gallinas de Isidro.
Luego dobló la lonchas de jamón con mimo para empaquetar dentro cada pequeño sol untuoso. Horneó
cinco minutos a ochenta grados los cuatro saquitos hasta templar el plato y derretir
un poco la grasa jamona.
Había que
tomarse cada yema sobre la delicada pasta de un bocado. Estallaba la cremosidad
del corazón del huevo que se mezclaba con la intensidad salada del jamón y el
crujiente soporte del melindre. Después de saborear despacio el bocado se
limpiaron el paladar con un bochinche de cava y confundieron el recuerdo del
intenso sabor con un pica pica de tropetillas negras refritas en grasa de foie.
Su culo,
claro, no había conocido a nadie a la que gustase su propio culo y aquel descontento
era toda una incógnita cultural porque todos los que él había conocido, cada uno en
su estilo y tamaño, le parecieron preciosos, ricos y excitantes. Sería su
cortex cerebral de sapiens cavernícola o su gusto por los desnudos de la
pintura del XVII y XVIII o porque los miniculos de las revistas de moda del
siglo XXI le parecían igual de insulsos que una tortilla de claras y sin sal. Él prefería
mil veces las yemas escondidas en el jamón con su dosis precisa de grasa
infiltrada.
Si.
ResponderEliminarTe veo en plena forma.
Se intenta. Serán mis paseos piscícolas por el mundo...
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