Huele a leña
en la casa, a fuego bien encendido y castañas asadas de ayer. Me terminé el
libro de John Willians sobre los últimos cazadores de bisontes a eso de las
tres de la mañana y ahora toca un desayuno potente, adecuado al recuerdo de la
novela montaraz y mi memoria traidora amante de casquerías y de otros regocijos
del bajo vientre.
Preparo en la
cocina, a fuego medio, la fritada de vísceras corderiles: higadito, riñones,
corazón y sesitos a los que añado la cebolla, el pimiento sofrito, un huevo
duro y dos grandes boletus, todo bien troceado y picardeado con sal y pimentón
de la Vera dulce y picante. Luego escurro este guiso de la grasa sobrante y
meto tres buenas cucharadas de este amasijo en un oblea grande de pasta brick
que doblo bien varias veces hasta que queda convertida en una empanada cuadrada
del tamaño de un puño.
Hay días desdichados
y días de plenitud. Su reparto es extraño, sobre todo en estos tiempos de
continuas catástrofes, grandes o nimias, o esta persistente sensación de ir con
lentitud siempre hacia abajo. Pero
ya que nos queda poca vida, porque una vida nunca es suficiente o porque hemos
vivido ya mucho más de la mitad que por estadística nos corresponde o porque
hemos burlado por ahora y sin merecerlo a cánceres y accidentes que se llevaron
a otros mejores, sólo nos queda encender el horno y asar estas empanadas unos
quince minutos, hacer un litro de café y saborear el nuevo libro de Christian
Duverger sobre Hernán Cortés mientras pasa ese tiempo. Luego, en la plancha,
sobre un poco de manteca de cerdo, doramos estas empanadas viscerales.
Remojo
mordiscos de empanada en una salsa de yogurt que sobró ayer: albahaca, yogurt,
ralladura de lima y piñones. Mastico el desayuno con hambre y me voy espabilando
con unos buenos sorbos de café especiado con anís. Este domingo helador, el
libro de la vida de Cortés, el picante en la boca de esta suculenta
empanada tan poco dietética y el
crepitar del fuego son una de las diversas formas que tiene el paraíso. Lectores remilgados o desayunadores
ascetas abstenerse.
Seguro que este bocado le gustaría a la Malitzin y a Hernán.
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