Habías
comprado los gambones vivos en el puesto del mercadito chino y ahora me dejabas
hacer mientras roías una manzana de Blancanieves de la que en cualquier momento
saldría un gran gusano, cerrabas la programación de la última aplicación culinaria
para Iphone y me servías una copa de vino ecológico, biodinámico, carísimo y muy soso. Pregonabas
a los cuatro vientos la novedad en la que llevabas dos meses trabajando, una App que te enseñaba a hacer cuarenta
tipos de pan aunque en tu vida hubieras amasado siquiera plastilina. A todos
los amigos de tu equipo de Googleplex
les tenías convencidos del país de las maravillas panificador menos a mi, vago,
analfainglish y adicto a los panes
franceses con extra de mantequilla de la tahona de Mario. Llevaba apenas veinte días en Mountain View y
ya me sentía como en casa.
Cuando
decapité con mis dedos los gambones vivos chillaste como cuando a veces tenías un orgasmo, así que entendí que iba por buen camino, farfullaste luego una ristra
de sonidos de las que entendí algunas famosas palabrotas y luego me hiciste un
resumen, en español, de tu espanto. Ya te dije, cocinar y comer es un acto cruel, salvo si
sólo te alimentas de manzanas sin gusano.
Pelé los
gambones azules dejando la cola y los coloqué ordenados en la bandeja como si fuera
a pasarles revista el general carabinero. Luego preparé con cuidado el aliño: ralladura
de medio limón y ralladura de media lima. Zumo de medio limón, dos dientes de ajo
machacados, un trozo de jengibre machacado, tres cucharadas de cilantro
picado, cinco cucharadas de aceite, sal y pimienta. Y tú no parabas de sobar el iphone leyendo y
respondiendo guasap, chivando por el twitter
la receta o tal vez ojeando algún email laboral quenopuedesperar.
Foto de Ignacio Fdez. Bayo |
Mientras
mezclaba bien el aliño apagaste por fin el chisme y me sentí de nuevo seducido.
No hay peor compañero de cama que un móvil vibrando cada cuatro minutos. Vertí
por encima de los gambones descabezados la pasta y los dejamos macerar el rato
que tú y yo vibramos sin necesidad de unas pilas de litio. Luego metí al horno
la bandeja unos quince minutos a doscientos grados Celsius. Me gustó que dejases
la tarde entera el móvil apagado y que me hablases de la concepción del trabajo
de Willian Morris, un artista y agitador social que más de un siglo antes ya escribió
que: “El trabajo valioso lleva consigo la
esperanza del placer en el descanso, en la utilización de lo producido y en
nuestra habilidad diaria y creativa. Cualquier otro trabajo carece de valor. Es
un trabajo de esclavos, un mero esfuerzo para vivir, un mero vivir para esforzarse”.
Mientras tu me
hablabas de Morris yo hacía la salsa que acompañaría a las gambas asadas:
ralladura de medio limón y de media lima, zumo de media lima, un yogur griego,
una cucharada de azúcar y dos cucharadas de salsa de curry.
Eso me enamoró
de ti, tu apetito, el gusto que podías en comerte las gambas, tu manera de
saborear y masticar sus cuerpecillos con glotonería, eso y que no te importó cuando te dije, antes
de que apagaras el iphone, que en ese mordisco, en el pedacito nacarado de
manzana que acababas de arrancar de la fruta, iba un gusano vivo de regular
tamaño. No importa, es biológico, no
tiene pesticidas y no ha comido otra cosa en su vida que carne de manzana.
Tal vez Googleplex
tenga algo del sueño de tu admirado Morris, no lo sé, pero yo me siento aquí muy a gusto metido en el equipo que
ayuda indexar todo lo que tiene que ver con el cooking y mirando como pasas cerca de mi antro con las blusas vintage de tu madre jipi y tus sueños de
hacer Apps que enseñen a la gente a
liberarse de la comida basura y del ocio muerto. No me importa que te comas los
gusanos de las manzanas blancanieves, a ti ya no te importa que decapite gambas
azules con pinta de mariantonietas, y que lo haga con gusto, con los dedos y sin
guillotina.
Muy buenoooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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