Los judiones mariscados son un plato rotundo y extremista, sólo apto para viejos amantes a los que no les importa conocer las sucias rendiciones, las humillaciones sin cuento, las torpes derrotas que nos pesan tanto en la mochila de vivir. Es un guiso potente y nutricio, de digestión lenta y sabores espesos sólo adecuado para antiguos amantes a los que les da igual descubrir las feas cicatrices, las adiposidades no disimuladas, las arrugas y canas que ahora alejan los cuerpos de cualquier disfraz de juventud.
Tal vez porque
el fresco amor que brillaba en las playas de los veinte, aquel que susurraba
palabras dulces abrigado en la noche y en esa desnudez tan absoluta se agrió un
día con reproches y cambios hasta convertirse en algo peor que nada. Más sin
rencor ni añoranza, el paladar del deseo y la curiosidad del nómada recuperó
otros sabores y nueva suerte en ese filo de abismo, precipicio a dos pasos,
grieta de cárcava que es sentir que no hay otro presente que el de hoy, al filo de los cincuenta, ni hay
más amor que el hambriento, ni más prueba de complicidad que compartir judiones
y cama, pringue y siesta, libros admirables y caricias sin gota de penumbra.
Hecho el
sofrito de ajo, cebollas tiernas y un poco de pimiento verde añado los dados de
tomate, las gambas peladas y el aji amarillo. Antes, tras su noche a remojo,
cocí los judiones junto a una cabeza de ajo entera, dos hojas de laurel, puerro
y apio y el caldillo de los caparazones de esos "insectos" de mar llamados gambas. Entonces, escurridos del guiso, añado al rico sofrito estas judias y tapo para seguir guisando a fuego lento las legumbres y que el
portento del suntuoso sofrito penetre en sus cotiledones. En el último minuto
de fuego sumo al plato la cola en crudo y en pequeños trozos de un bogavante y
una picada de almendras y avellanas tambien crudas, pan frito, tomate asado y aceite de oliva.
Se ha de
servir caliente y al instante, saborear sin mimo y derrochar el tiempo de la
comida a conciencia mirándose a los ojos sin reservas. Se ha de tener a mano buen pan para
pringar la salsa y un vino que merezca luego gastar las calorías sin recato. El sueño
vendrá después sin culpa, agotadas las fuerzas y las ganas. Más tarde, mientras
el día sigue iluminando con su antigua luz de marzo los cuerpos abrazados,
se puede leer a medias y en voz alta a James Salter o a John Williams o a Jim
Dodge. Compartida la dureza de la vida, saciadas las hambres primitivas y bien civilizadas, está
bien compartir la belleza que hay en algunos libros escritos cuando nacisteis o
algo después y que conservan sin afeite ni moda la fresca juventud, la dulce
madurez, de lo bien hecho, casi a salvo del tiempo.
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