Foto: complicidadgastronomica.es |
Tan simple como un hueso asado. Tan
primitivo. Tan fácil. Uno no aspira a la grandilocuencia de la felicidad y sus
retóricas. Para eso ya están los adictos al triunfo, los yonkis del éxito, las
escuelas de negocios, los cantamañanas de los panfletos de autoayuda y las
brujas o adivinas del canal teletienda. Uno no aspira a la felicidad pero si a
tocar, de cuando en cuando a la alegría. Y comer
tuétano asado.
La felicidad es como un dios exigente y
tiránico, requiere nuestra credulidad, sus supersticiones y sus parroquias, en
cambio la alegría no exige óbolos, ni cielos, ni reverencias. La alegría es
barata, asequible, cercana, colega, muy real y leal. A ella le vale cualquier
cosa para manifestarse. No exige ni cinco estrellas, ni aplausos de multitudes,
ni eróticas del poder, ni visas metalizadas. Sólo el tú a tú, la intención, la
intimidad, las ganas.
Y hoy la alegría es un hueso grande y
pelado sin nada por fuera, con todo por dentro. La crisis ha arrasado de este
país la felicidad. Sólo beben de ese licor preciado los pudientes, los pijos,
los gánster (pero como la han tenido siempre no saben a qué sabe, ni lo que de
verdad vale, sólo atisban su precio…) La crisis ha aniquilado en miles de
hogares la felicidad pero aún no la ocasional alegría.
Mejor asar el hueso en fuego de brasas,
neardenthal, cromañón, bushcraft, con un poco de tomillo y de sal sin refinar
por encima. Porque la alegría, las alegrías, pequeñas, cotidianas, de hueso sin
carne, no nos las quita ni dios, ni los mercados, ni este gobierno en
desfunción que ha ido arrasando todo... y sigue.
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