jueves, 22 de enero de 2015

ALBÓNDIGAS DE ORGASMO


Ilustración de Zain 7

A una pierna asada y a una albóndiga les separa la enorme brecha de la civilización y la cultura. En una parte se encuentra un pitecino con un pellejo por taparrabos y en la otra los egipcios, Platón, Apicio, todo lo que somos hoy, antes de que la termomix y el microondas, el lubricante vaginal y el WhatsApp, extinguiesen de este mundo la poesía y el fuego lento.

Una albóndiga es una trampa consentida pero también un tributo a la pura imaginación, la conversión de un bocado en geometría, esfera, mundo. Y tan importante como la albóndiga es la salsa. Yo las hago pequeñas, de carnes diversas, heterogéneas, según el humor, el bolsillo y el mercado, plebeyas siempre. La salsa de tomate y alcachofa.

Pico panceta, carne de pollo de cualquier parte menos de la pechuga, un poco de jamón atocinado, otro poco de higaditos de pollo, miga de pan con leche, sal, pimienta y casi nada de cilantro, comino, ralladura de limón, ajonjolí. Añado algo de harina, huevos batidos, amaso, fabrico las bolitas, enharino, frío, doro. A la vez hago la salsa con su cebolla, tomate fresco, tomates secos, alcachofas cocidas, algo de ají, fuego lento, trituro, paso por el chino.

Es cierto que en otros tiempos, en los antros canallas, en los fogones infames y hasta en los nobles, se utilizaban gatos por liebre, perros vagabundos, muslo de ahorcado, carroña de dragón, víscera de ballena, burro viejo… no dudo de que aún hoy se siga utilizando, pero una buena salsa perdonaba tal crimen y el paladar con hambre no indagaba el qué, cuándo y dónde del bocado. 

Hoy me como las tuyas y no pregunto tampoco si usaste rinoceronte o gremlin, cuy o surimi, la salsa todo lo perdona como la conversación en el sexo, antes durante y después, el postureo, ya se sabe, todos hacemos lo mismo, sólo la voz nos distrae, sólo las palabras, la salsa de la vida, hace de verdad gustosa una albóndiga o un orgasmo.

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