Ramón Gaya ante el Circo Máximo |
De madrugada,
más allá de las seis todo es silencio, ella dormida. Apenas quedan rescoldos.
Echas dos piñas y un pequeño tronco para animar rápido el fuego. No sabes
porqué después de tantas vueltas y tantos exilios te gusta esta ciudad. Nada te
dura, a nada eres fiel salvo a sus besos. A los de Fe, a los de Cuca. Nunca te cansan. Te quedaste dormido entre sus labios, eso has soñado. Todo
está lejos. Tal vez lo estuvo siempre. La única cercanía es la que da el sueño,
ese sueño, y tu pintura. Cierras la puerta de la cocina, bates dos huevos,
fríes un buen puñado de brotes de perejil y cortas muy fino unos pocas tiras
del tocino del jamón que te envió desde Madrid el bruto de Bergamín. Haces
entonces una tortilla con el perejil crujiente y los pequeñísimos dados de
tocino rosado. Te enseñó este guiso María Zambrano hace ya muchos años, ¿de
verdad tantos? Te arrimas al fuego. Te sirves una copa de vino de la botella
abierta y te comes la tortilla. Comienza a amanecer en Roma. Veintiún años
fuera. Mañana vuelves.
PD: Se trata
de una tortilla humilde y exquisita. Los franceses del XIX eran muy dados al
perejil frito para decorar platos. El tocino, no el rancio sino el que está
inmediatamente pegado al magro del jamón, cortado en pedazos muy finos y
pequeños, casi desaparece al calor del huevo cuajado y llena de sabor cada
bocado.
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