El cine sigue siendo una granada de mano en el cerebro, un beso en
la ingle, un grito en medio de la calle que da el loco al que aún no
extinguieron o hicieron ingerir una pastilla roja o azul para hacerle invisible
como en Matrix. Pasolini lo vio pronto y tiró de la argolla muchas veces. Hay
otro cine de ruido y furia, de pan y circo, de lobotomía y palomitas que
emponzoña los ojos del presente. Pero ese cine es un batido de vainilla con
mucha azúcar que empuja al sobrepeso, no el cóctel Molotov lleno de ácido
sulfúrico y vaselina que entra primero suave y luego quema por dentro la
barriga, las certezas, los consensos y lo poco sagrado que aún se esconde en
nuestros ojos, en apariencia libres. ¿Resistirán los Verdi, los Golem, los
Renoir? ¿Recordáis los Alphaville? Allí vi “el Festín de Babette”. Un secreto:
las noches de luna llena, sed de besos y hambre de hummus en compañía, si
entráis en el Ebla y le decís a Juan la contraseña os enseñará los letreros
originales que lucía aquel cine con nombre de peli de Godard. Podéis llorar.
Y las tiendas, los bares, el comercio, que fueron en un tiempo la sangre que hizo crecer a las
ciudades, hoy las arrasa, las vacía, las llena de franquicias y turistas
adictos a la pizza y al selfie. Crece la epidemia de “no lugares”, de urbes clónicas, de arquitectura de cartón, de calles atiborradas de consumidores y escasas de paseantes. ¿Alguien recuerda
el bar Avión? ¿aniquilarán el Café Central?, ¿podéis creer que acaban de cerrar
el Comercial? Cuando yo le conocí e hice de él el salón de mi casa la
modernidad eran los parques de atracciones de las exposiciones universales, las
olimpiadas, cierta España del cambio que Lampedusa ya nos había explicado por boca de Burt Lancaster. La
Movida estaba ya vencida, vendida y momificada y del festín sólo quedaban los
restos del naufragio de bellísimas medusas con la aguja en la vena y toda una
generación de nietísimos de Lenin aniquilados o convertidos en yupis
hijoputas. En este decorado descosido Román organizaba una tertulia en el
Elígeme y allí conocí a Juana que me regaló a Pasolini y a Manara, la
suavidad de su edad y la certeza de estar trazando una cicatriz perdurable en mi
deseo. Luego, muchos años después, perdidas sus caricias y su rastro, leyendo
en ese café la traducción que hizo mi abuelo Teodoro en el año treinta del
siglo pasado de la Medea de Eurípides, en ese mismo lugar precisamente, no pude dejar de recordar a Pasolini
proponiendo el mismo acertijo pero convirtiendo en modernísima una Medea
apasionada, feminista, fuerte, sabia, mágica, suicida. Nada borré de aquellos
tiempos. La memoria respetó sus invenciones. Me quedó el gusto por el cine en
salas pequeñas, frescas y oscuras, el interés por los rostros angulosos que utilizaba
siempre Pasolini, el perfume preciso de las ingles de Juana, la emoción de
esas noches de tertulia, el lujo de ir a escribir al Comercial, o a leer, o a
besar. Luego llegaron los posmodernos a convertir las librerías en playas de
Benidorm y las guerras de Irak y las hordas neocon llenando de lepra y sobornos
las ciudades. Luego el tsunami del ladrillo, la globalización de los mercados
y el estupefaciente de las redes sociales arrasó hasta los versos de Pier
Paolo, Luego el casposo de Álvarez del Manzano, el repelente Ruiz-Gallardón, la
horreur de Ana Botella, ya sabéis, la agonía de Madrid.
Si, está cerrado el Café Comercial ¿podéis creerlo?
El camino de hoy está lleno de ruindades, de hermosos vencidos, de amigos
muertos que fueron jóvenes a veces como Krahe pero también de revueltas y palabras tan
llenas de perfume como entonces. Mañana será mejor porque ahora, hoy, pasado
mañana, ya no hay alternativa. Grândola, vila morena, terra da fraternidade y
Eurípides en Grecia contra Europa. El Quince Eme asaltando los cielos y la
nieta de Carlos Marx en bicicleta proponiendo en Madrid no pasarán. Espero que vuelva a abrir el Café Comercial.
Tan triste como cierto su retrato de unos años, ya vividos, de Madrid.
ResponderEliminarSaludos,
Jose