Cocinar nos cuida la memoria, la histórica y la otra, la amorosa y
la oral, la perdida y la que un día soñamos. Luego necesitaremos tiempo y
ganas, pasión y hambre. Parece que estoy hablando de sexo.
Hago un paté de conejo. Trituro su carne deshuesada junto con un
poco de tocino y jamón, sal y pimienta, piñones y algunas trompetas negras
picadas. Entierro en la farsa los dos lomitos limpios, los riñones y el hígado
cortado en tres o cuatro trozos. La pasta va al molde albardado con una buena
tocineta muy fina, y luego al horno y al baño maría.
Acompañó el fiambre con unos dados de gelatina de higo chumbo.
Lavados y pelados los higos con cuchillo y tenedor, triturados y pasada por el
chino su pulpa, añado un poco de azúcar y gelatina neutra desleída en agua.
Mezclo y aguardo a que se solidifique el invento en la nevera.
Cocinar carne con fruta convoca erotismos antiguos, recetas de
otro siglo, festines sin prisa. Los
higos de higuera o de chumbera le van bien a las carnes. Ya lo dijo aquel griego poeta, “me gusta la fruta de tu carne, que sabe a
mar y a higos en sazón”. Han pasado unos miles de años, pero somos los
mismos, con igual paladar.
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