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No hay nada más placentero que un buen libro (o casi) también
alegra el hambre hacerte unas pequeñas albóndigas de cordero rellenas de torta
del Casar. Se trata de un plato opulento, excesivo, gargantúo y pantagruélico,
para gente carnívora y quesívora que ama de los sabores grasos y los olores
potentes, que no tiene remilgos para leer las páginas intimas y templadas de la vida.
Imprescindible un buen corderito, un cordero lechal de Extremadura,
que son de ganadería extensiva, ecológica, que nunca comieron otra cosa sus
madres que hierbas y rastrojos. Una pierna o una paletilla deshuesada nos sirve.
Picamos bien la carne y sus riñones y la
mezclamos con casi nada de comino y de ajo, sésamo tostado, perejil muy picado,
otro poco de menta, un huevo y una cucharada de harina. Hacemos las bolas como
su fueran mochis japoneses, aplanando cada albóndiga en la palma de la mano y
estirándola para hacer un disco fino. Luego colocamos en el centro una
cucharada de torta del Casar recién salida de la nevera y hacemos pequeñas
rotaciones en la palma de la mano, despacio, como si fuera un capullo, para ir
cerrando por los lados la bola. Es importante cerrar bien los finales con
pequeños pellizcos y luego un amasado delicado para que la albóndiga quede
perfectamente esférica. Cuanto más pequeñas mejor. Pasamos por harina y freímos
en una sartén honda y con abundante aceite.
Cuando mordemos este mochi corderil reventará en nuestra boca el
sabor de la torta del Casar y masticar será casi tan placentero como leer un
buen libro. Imprescindible un tinto del Guadiana y una cama de latón grande,
alta, ancha y con sábanas frescas recién puestas para seguir leyendo, el libro
de la vida que escondes en tus páginas de carne.
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