Bromeamos utilizando como muletilla el “pornojaponés”. En un mundo
de clasificaciones minuciosas y entomológicas todo debe estar en su casilla y
con su pequeña etiqueta grapada, aunque todos sepamos que el perfil
sociocultural, el “target”, la definición de nuestra tribu o “nuestro placer
favorito” es la pura invención de un sociólogo chorra, un marketiniano sádico,
un periodista vago o un político con mala intención.
Almuerzo pornojaponés: tartar de atún (o de bonito, hasta
congelado, que es barato y la crisis nos sigue persiguiendo). Tres filetes de
bonito congelado, ya descongelado y bien escurrido, puñado de alcaparras, lata
de anchoas buenas, un poco de cebollino, un tomate maduro y bueno, yema de un
huevo, cucharada de mostaza antigua, sal y pimienta. Todo “bien y muy” picado y
mezclado. (se tarda en hacer menos de 5 minutos). Comer a cucharadas generosas sobre tortadas de pan sin más compañía
que una botella de vino rosado o clarete.
Luego, el pornojaponés, tan zen, tan imperio, tan macho, tan de
gemido agudo y guñido samurái no me llega, no me pone, no me gusta demasiado.
Pero el tartar sí, que es lo que importa.
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