Foto de Hugues Erre |
El sabor, sus posibilidades de embriagar, de llenarlo todo y
llegar hasta rincones de la memoria en donde nunca pisamos desde entonces. Los sabores
intensos, salados, mantecosos nos llenan el paladar de verano. Entre el salado
o el dulce prefiero lo salado. A eso sabe el mar, la piel, las despedidas y los
viajes, a ser posible en tren, a ser posible acompañados, a ser posible largos,
a ser posible al sur. Los veinte años siempre comienzan con viajes al sur y sin
dinero. Ella miraba el paisaje, los estratos de fósiles de las muelas calizas,
el secarral manchego, las viñas verdeando, las manchas de pinares que olían a
resina como al mejor perfume del imperio francés.
En lugar de pasta usar una lámina traslúcida de puerro, lascas de
parmesano, anchoa y una buena habilidad manual para cerrar dentro del paquete
el sabor de Italia o de ese mar Mediterráneo que siempre está en el sur de
Benedetti. Saben a poco dos (ravioli) y eso siempre es bueno, ya sea en el plato o en el
amor.
El mundo se divide entre los que viajan al sur con veinte años, en
tren, sin dinero, enamorados, perdidos, con un libro de Chatwin y los que ya por entonces tenían sus coches,
sus seguros de vida, sus certezas ideológicas, su libro de Clancy y sus novias de siempre que nunca celebraron los pechos al viento.
Ravioli de puerro parmesano, anchoa y viajes de antes.
Seguiremos informando.
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