lunes, 25 de junio de 2018

TOCINACO

Foto de Li hui
Mejor siempre el sabor que la forma que lo encarna. El cuerpo es muchas veces ese actor secundario que hasta puede ser bueno, intenso, memorable, pero nunca la estrella que deslumbra. Curvas, huesos, arrugas, estrías, penumbras, jeroglíficos de piel que nos regala el tiempo y apenas significan frente a la suave catarata del sabor (y el olor). No lo dudes, de ahí parte la semilla que nombra la belleza deseable o la brumosa chispa del amor que durará días o apenas unos años. Luego, como esas cosechas de mitológicos Lafites o Sicilias, los años preservarán ese sabor y olor en algún desván recóndito del cerebro, olvidado quizá, lleno de telarañas y penumbra hasta que el azar o la necesidad reviente el corcho y volvamos a beber de ese cuerpo en días y copas nuevas con sed y hambre de antes.

La patria del sabor tiene dos territorios separados por el espejismo de la imagen, la forma y la apariencia que siempre nos limita, y la lengua y la pituitaria que nunca nos engañan. La una sin la otra no son nada (la vista es muy tramposa casi siempre). No lo dudes, mil veces mejor que te digan “me gusta como sabes, o como hueles” que alusiones a bellezas y medidas de bustos o caderas, tan vulgar, tonto y tramposo.

Sonríes cuando te digo que llegará un día que se trafique con tocino como en aquella película, “Cuando el destino nos alcance”, (“Soylent Green” 1973) ambientada en el 2022, dentro de nada, en la que las verduras y la carne son un lujo al alcance sólo de una élite y la gente sólo come “Soylent verde”, un comistrajo que la publicidad de la empresa dice que está hecho a base de plancton y en realidad está fabricado con… ya sabes.
 Tocino, panceta cocinada a baja temperatura, enfriada y luego cortada en finas láminas con un cortafiambres. Entre hoja y hoja traslúcida de tocino intercalas un puré grosero hecho con trompetas negras pochadas con cebolla morada y patata raté. Luego doras, templas con el soplete, haces costra con un poco de azúcar moreno por encima en la última lámina de tocino. Acompañas la mini lasaña tocinera con una crema de apionabo emponzoñado con una picada finísima de jamón ibérico.

Juegan con nosotros con la gracilidad que usan los trileros. La bolita, que es nuestra, nunca estuvo en ningún cubilete. Entonces recuerdas las palabras afiladas del cabrón de Foucault: “el poder sólo se manifesta en la resistencia, del mismo modo que la gravedad solamente la notamos cuando tratamos de vencerla subiendo escaleras”. Nos resistimos y apareció entonces la piedra de la locura incrustada, el grillete invisible, la amenaza sensata. No hace falta otear demasiado lejos, los contratos sociales están rotos, ignorada la furia, burlada la estrategia que aprendimos del caracol para intentar que los veranos dejaran de ser besos de desierto y los inviernos tristes de nausea sólo nos queda hoy el tocino, el fuego, la compañía del cómplice y el amor. Cocinar es siempre una forma de delicada resistencia, igual que conversar sin argucias ni prisas, igual que amar sin apremio, simulación o exigencia. El tocino está maldito como las ideas que proponen otro mundo posible o los amores olfateados que se viven al margen de cánones, medidas o deberes.

Foto de Li Hui

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