lunes, 17 de junio de 2013

BUÑUELOS Y RIOS



Tuviste una infancia feliz llena de tebeos, días de campo, de pesca, de baños en el río o la garganta. En la memoria de los niños se fijan algunos recuerdos a fuego. Momentos en los que no pasa nada y sin embargo algo ocurre porque se quedan ahí, en algún rincón del cerebro, de las neuronas o del corazón, de forma indeleble, para siempre. También los sabores y los olores. Por eso me gusta hacer buñuelos a quién amo y volver al río en primavera.
Ahí estoy jugando con mi padre en el Tiétar, tendré seis o siete años. La arena de un río o de una playa es el mejor juguete para un niño. Y hoy sigue siéndolo a pesar de las consolas, los ordenadores, los videojuegos. Lo he visto muchas veces en mis hijos.

Cuando crecemos nos quedamos sin juguetes, pero yo uso las palabras igual que aquella arena. No hay melancolía ni añoranza, ni pesar por los paraísos perdidos. Me gusta vivir en el presente y también saborearle antes de que llegue el porvenir. 

Tal vez por eso me gustan los ríos, no por su metáfora manriqueña, sino por ser para mi el lugar de los juegos y de la libertad. Tal vez por eso me siento triste si estoy lejos de ellos.

Imagino tu sonrisa cuando me veas tan pequeño y tan delgado ahí en la arena. Aún soy así.

El sábado me hice para desayunar buñuelos de sartén. No para recordar. Para vivir.


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