Pintura de Lee Price |
Le gustaba
hacer croquetas y las hacía perfectas. Crujientes, sedosas, rellenas de mil
sorpresas saladas. A él le gustaban sobre todo las de pescado. Las hacía
pequeñas, bien doradas, con la corteza muy fina y la bechamel de relleno muy
suave. A veces utilizaba pescados de lujo y otras peces muy humildes.
Croquetas, tacos
de queso curado, tomates pequeños sin aliñar y sandía de postre. Eran cenas
para comer siempre con las manos, en la cama, tras el reposo del sexo,
utilizando las palabras como adornos sobre el tiempo. Él Sentía que eso
diferenciaba ese amor de otras apetencias, ese gusto por comer con los dedos,
sin remilgos, recostados el uno en el otro y dejando sueltas las palabras, unas
pocas palabras simples y pequeñas como una croqueta pero rellenas de mil cosas
apetitosas que iban del paladar a la memoria.
La recordaba
así, como disfrazada para una película, con un delantal blanco y nada más,
atenta a la fritura, cantando una coplilla, lavando los pequeños tomates y cortando
el queso con simetría de estudiante de arquitectura. En cambio las croquetas
eran irregulares porque le gustaba hacerlas con las manos o quizá porque estaba
escribiendo un libro sobre las arquitecturas de adobe y barro. Una vez le anotó
la receta de su bechamel y los pequeños trucos con los que lograba esas
croquetas tan exquisitas. A pesar de esas cenas tan calóricas ella y él estaban
muy delgados. Recuerda muchas veces esa delgadez, la agilidad, el hambre, las ganas,
la fórmula del adobe, esa forma de deseo que hoy no sabría saborear.
Guardó la
receta de las croquetas de pescado en un libro. Muchos años después, al abrir por
casualidad aquel libro titulado “Las
Diosas Blancas” encontró el papel que ella le había escrito. Acercó aquel
trozo de papel a su nariz donde podían verse aún sus huellas de aceite y le olió
con los ojos cerrados. Aquella noche cenó croquetas de pescado, tacos de queso,
tomates cherry y sandía, no para recordar mejores tiempos, no para dejarse
morder por la añoranza, sino por el puro placer de recuperar su sabor.
PD: Entrada dedicada a Chema Soler y a María Puyo. Muchas felicidades y suerte en el futuro.
me gusta el queso pero con la tentación de esas croquetas de lujo casi que no me hace falta...pero sí, ahora que lo pienso el queso se hace necesario aunque sólo sea para potenciar esos olores que tiempo después nos devuelvan otros éxtasis.
ResponderEliminarUn saludo
pd...Lee Price no fotografía, pinta, son pinturas hiperrealistas...como ese papel oloroso que nos devuelve a una cena en la cama