Sólo hay
preguntar a cualquier paleoantropólogo. Durante miles de años sólo hemos comido
raíces secas y frutillas amargas, carroñas y bichos. Ahora nos sentamos muy remilgados
y ponemos por medio los platos ovalados y los cubiertos minimalistas, los
manteles de hilo y la cultura gastro-mímica pero a algunos nos sale a cada rato
el señor primitivo que fuimos. Amante el fuego y del campo libre, de los
bichitos comestibles y de las flores que nadie ha civilizado.
Me gusta comer
bichos, bichos fastuosos de los mares helados, pero también bichos humildes de la
tierra de al lado. La primavera ha estallado por todas partes y se mantiene aún
la brisa fresca, una luz intensa y limpia, un horizonte lleno de flores blancas
de espino, jara, cerezos tardíos, retamas llenas de abejas. Encendemos la vieja barbacoa y sobre
ella colocamos una gran bandeja con unos caracoles gordos y limpios que hemos
aliñado con mucha sal y pimienta, aceite y ajos muy machados y una rama
generosa de flores de tomillo que he cogido esta mañana junto a la garganta. Tu
sigues en el mortero grande haciendo el ali-oli, yo aliño una ensañada de espárragos y corujas silvestres con buen vinagre y unas pocas anchoas. No hay nada más. El
aroma de los escargots a la llauna se
esparce por el jardín.
Me gusta comer
bichos, a ser posible asados y con los dedos, vuelvo al neardenthalismo y al hambre. Luego pringo el pan en la
salsa tostada del fondo de la bandeja, lo que tampoco queda muy fino. He comido todo tipo de bichos, crustáceos,
insectos, alimañas… he devorado los caracoles de mil formas distintas, hasta he
saboreado sus huevos, y como esta ninguna. Escargots
a la llauna, en unas brasas bien ahumadas de romero y tomillo en flor.
Durante miles
de años fuimos nómadas, sin otra casa que la que nos cabía en el hueco de las
manos, sin más perfume que esta brisa de mayo.
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