Te recito de
memoria los versos de Pessoa:
(…)Sé
eso muchas veces,
pero,
si yo pedí amor,
¿por
qué me trajeron callos a la manera de Oporto fríos?
No
es plato que pueda comerse frío, pero me lo trajeron frío.
No me quejé, pero estaba frío,(…)
Qué hambrunas
o qué curiosidad nos empujó a guisar el estómago de un bicho. A gustar de comer
el saco rugoso, velludo y blancuzco en el que los rumiantes guardan la hierba
fermentada que mascaron.
Qué
desesperación o qué imaginación nos llevó a lavar bien esa víscera, blanquearla
con agua hirviendo y aliñarla a fuego lento junto a los más diversos y pobres
ingredientes hasta inventar un plato original y sabroso que ha traspasado la
historia, los recetarios nobles y los siglos hasta poder convocarlo hoy en mi
cocina y en tus deseos.
Me pides que te
haga callos picantes, con roja y espesa salsa para poder pringar una buena hogaza
y remojar este guiso de despojos con uno de los mejores tintos del mundo que me
traes como ofrenda, regalo o evidente soborno.
Te advierto
que antes o después de estos obscenos callos no se puede hacer otra cosa que el amor sin remilgos ni prudencias, con la persiana subida, la ventana y los ojos
bien abiertos y muchas ganas de meter los dedos y las palabras por todas
partes.
Bien limpios y
cocidos con su hueso de rodilla, su laurel, su cabeza de ajo entera, su
chorrito de Jerez y su sal, ya troceados y tiernos, los saco del caldo y los
reguiso con un sofrito espeso de cebolla, tomate, pimentón verato, taco de jamón
seco, chorizo de León, morcilla de sangre extremeña y guidilla de bola. Cuando
todos los sabores se han mezclado con tanta intimidad como nosotros, retiro la
mondonga, el taco y el chorizo y añado un tomate grande y bueno, pelado,
despepitado y cortado en pequeños dados. Espeso la salsa a fuego lento, corrijo
la sal y dejo reposar los callos de un día para otro.
Igual que tú
mojarás el pan en esa salsa, yo pringaré trozos de hogaza en la tuya. Chupo,
paladeo, me engolosino con las partes menos nobles de tu cuerpo pero más
sustanciosas. Son las maneras de cama que mejor van con estos callos picantes que glotoneas
sin pudor en mi mesa, refrescando los descansos del festín con copas de este dulce Yquem
del sesenta y cinco con el que me emborrachas.
Fernando Pessoa
echaba en cara ciertos callos fríos que le quiso servir un amor ingrato, una
amiga sosa y relamida. Y yo le entiendo bien, sé de su desolación y su
tristeza, pero también conozco hoy la gloria de unos callos calientes, felices,
bien guisados, un amor con ganas y mucha sed de Yquem.
En tu honor
hice estos callos potentes y picantes. En su honor bebo tu vino y tu cuerpo.
Fernando, amigo, qué grande eres.
Foto: Jaya Suberg |
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