Salpimentado y
dorado el rabo, cortado en trozos, añadió la cebolla picada y el brandy y
luego, reducido el alcohol, sumó al guisote el tomate picado, la zanahoria y el
puerro abandonando la carne a un lento y largo cocimiento al que iba añadiendo
vasitos de un Jerez oloroso para emborrachar la gelatina de la carne poco a
poco.
Una vez tierno,
tras deshuesar los rabos y pasar por el chino la salsa, cortó el grueso cuerpo
de la sepia en laminas de poco más de medio milímetro con los que fabricó una
especie de raviolis de mediano tamaño que rellenó con la carne desmenuzada y bien
empapada en salsa.
La primera vez
que hizo este plato se cocía una crisis importante en el mundo tras la euforia
especuladora de las puntocom, pero ese abismo previsible no le dio miedo, quizá
porque entonces aún no había cumplido cuarenta.
A la espesa y
reducida salsa sobrante le añadió una picada de albahaca, diente de ajo,
almendras y avellanas recién fritas que majó a conciencia en el mortero.
La segunda vez
que guisó el rabo con sepia acababa de cumplir la misma edad en la que su
abuelo primero y después su padre habían dejado de vivir, pero esa precariedad
tampoco le dio miedo, quizá porque entonces creía que el tiempo por delante
eran un regalo y un lujo.
Marcó los
raviolis en la sartén y luego los cubrió con la salsa.
La tercera vez
que cocinó este “rabo con mar” ya sabía que vivir era cada día una sorpresa
preciosa y que era de imbéciles derrochar en aplazamientos y planes un tiempo
tan difícil.
Saboreó cada
raviolis despacio, intercalando cada uno de ellos con un pedacito de pan mojado
en salsa y un sorbito de fino fresco.
Y ahora, esta
última, mientras miraba con asombro como llegaba el otoño a Gredos, masticando
los pedacitos sedosos del rabo, sacando de cada bocado toda su sustancia y
leyendo de nuevo la novela de Manuel, comprendió que lo único precioso era este
instante, que esta crisis lo cambiaría todo y que él seguiría siendo poco más
que un lector, un cocinero, un amante glotón…
PD: es fácil cortar en láminas finas la
sepia recuadrando con similar tamaño la parte central del cuerpo de cuatro
sepia medianas que congelamos juntas, las unas sobre las otras, y luego
cortamos, con la finura deseaba, gracias a una máquina corta fiambres. Para
mantener el raviolis entero sin que se nos deshaga basta con coser con un
palillo la doblez final.
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