Peló con cuidado
las alcachofas y dejó desnudos los corazones, luego los coció al vapor hasta que
quedaron muy tiernos. Metió en cada alcachofa una ostra y cubrió cada hueco con
la salsa que había hecho con tomates secos en aceite, muy triturados, y
mascarpone. A veces había hecho el plato con mejillones y otros moluscos, pero le
gustaba más la carne y el agüilla de la ostra inundando los apretados pétalos
de las alcachofas. Faltaba dar un golpe de horno fuerte pero esperó hasta que ella
llegase.
A veces le
reprochaba su silencio, su secretismo, su escasa afición a la confesión o al
chismorreo, pero él era así, casi siempre silencioso, no porque le gustase lo
oculto y lo secreto sino porque le gustaba contar la vida de otra forma.
Las alcachofas
eran una de sus verduras preferidas, ásperas y duras por fuera, en crudo,
dulces y suaves por dentro, tras cocinar sus corazones. Las almejas, los
mejillones, las ostras, las zamburiñas, ese dulzor marino le iba bien al extraño dulzor del vegetal. La salsa anaranjada, hecha con los
tomates secos y el queso, le servía para que los sabores permanecieran más
tiempo en el paladar y que al masticar el bocado su sabor llenase por completo
toda la boca.
El día ya
olía verano. El horno estaba
caliente. Se abrió una cerveza tostada helada y una lata de aceitunas rellenas de
anchoa. A ella sus pequeños azares le parecían enormes complicaciones y a él su
gran desolación le parecía apenas una neblina pasajera. Sin embargo a él esa
actitud tan fatalista de ella siempre le hacía sonreír.
Metió en el
horno la fuente unos minutos. Sintió hambre y tristeza. Entonces recordó unos
versos que le borraron de pronto la mustiez y convirtieron su hambre en otra
cosa. Antes de que llegase ella escribió la receta aquí junto a los versos de Inma Luna que le habían limpiado la desolación y el amargor de los labios: “Estoy
cocinando / Entras en casa / No me dices ni hola / Me das un beso… / Con lengua
/ Se me derrite la mantequilla.”
Pintura de Suzannah Sinclair |
Querido Gastropitecus, mil gracias por incluir mis versos en una de tus recetas, a veces tampoco hay mucha diferencia entre ambas cosas. Me sorprende que sean alcachofas el alimento con el que me asocias porque dudo que conozcas mi relación poética con esa palabra: alcachofa. Le he reivindicado desde mi primer poemario, ese Nada para cenar del que extraes estos versos, ya que fue publicado como premio de un certamen de poesía y uno de los miembros del jurado me aconsejó que la "alcachofa", que aparece en uno de los poemas no era una "palabra poética" y que debería cambiarla. A punto estuve de hacerlo, dada mi inexperiencia, pero la intuición entendió que aquello debía quedarse así, que precisamente las palabras "poco poéticas" debían reivindicar su espacio en la poesía, si queremos que nuestros poemas sean honestos y arraigados. Así que gracias por rellenar conmigo esa flor hermosa de nombre masticable. Besos, Ramón.
ResponderEliminarPocos alimentos tienen más poesía que una alcachofa (incluso la de la ducha)
ResponderEliminarY me alegro que no la "censurases". Y que te gusten las alcachofas. Guisadas sólo con patatas ya están buenas. Y ahora que está tan de moda eso, comer flores, la alcachofa es una flor muy hermosa, antes de que amanezca... Bs R.