Foto de Miquel Sen Tato |
Complicidad y
cocina, complicidad y hambre, no sólo de lentejas o caviar. Apaño unas
patatas a la importancia, la que uno da a todo, nimio o trascendente. Patatas
en gruesas láminas , cebolla pochada en un poco de aceite, mascarpone, ahumado muy
picado de cualquier cosa, mejor tenca o anguila, pero vale salmón baratiqui.
Encima de todo el mejunje final lonchas de panceta y un rato al horno. La complicidad
se descifra apenas en un gesto, una palabra común, una mirada, un saber que sí.
De
acompañamiento a las patatas aso una doradas sin espina y sin nada, laminitas
de ajo por encima con el poco de aceite de dorarlas. No quiero una amor que
tenga mis manías, mis aficiones, mis lecturas, mi forma de guisar unas patatas
o subir a buen ritmo una montaña. Pero sí que sepa, por ejemplo, el significado
secreto de ese verso que comienza con “cultivo una rosa blanca…”
Poca cosa más
es el amor que complicidad y cuerpos mutuamente hambrientos. Lo demás es
literatura, toneladas de mala, unas gotas de buena. Complicidad es la única
palabra que resiste la lupa y la balanza. Las demás son chatarra: afinidad,
fidelidad, convivencia, compañía, familia, puf… Si buscas un afín vete a una
secta, si quieres alguien fiel cómprate un perro, si necesitas borrar la
soledad con convivencia no te alejes de la tribu, si ansías compañía visita siempre
un bar o una parroquia. Pero si eres cómplice de quien amas, necesitas poco
más, puedes ser distinto, infiel, solitario a veces y a ratos muchedumbre. El
amor de los cómplices es de seda y acero, soporta el duro sol el tiempo y el
frío de la historia. Aguanta unas
patatas a la importancia o a lo pobre, tanto da. Dejemos hoy el caviar para los otros.
Tú si que sabes...
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