Foto de Erik Johansson |
Y ya era el
cuarto. Por un buen culo, da igual que sea minimalista o rubesiano, los hombres nos
jugamos las pestañas del alma y hasta alguna extremidad preciada y de uso
esporádico. Pero la culpa es tuya por empeñarte, por meterles en la cocina, por
empujarles a cocinar para ti algún melindre. Entiende que los chicos de mi
generación nunca aprendieron a guisar, nadie les enseñó y tampoco pusieron nada
de sus partes. Les quitó la teta la señora Nestlé y las ganas de morder los famosos potitos, vivieron su adolescencia con el boom en España de las telepizzas
y las hamburgueserías, se emanciparon con supermercados llenos de baratijas
precocinadas y creyeron siempre que guisotear era perder el tiempo considerando
que tenían que trabajar en sus unidades de destino en lo universal, progresar
en los modelos BMW, hacer viajes a la Seychelles, Camboya, Kenia o Santorini,
tener éxito en lo suyo, lo que fuera. Algunos luego, por pose o petulancia, adoptaron a
Arzak como abuelito, se hicieron de la secta de los alimentos bio y las carnes
de kobe masturbadas y montaron cocinas estupendas con la vitro aún sin
estrenar, se aficionaron a los cursos de cata de vino, gin tonic o aguas
minerales y hasta siguen con pasión a webos fritos.
Entonces
llegas tú, tragandablas, buendiente, hambrina, insaciable, glotona y te ligas a otro guapo inocente, le
sueltas tu rollo gastrológico, les enseñas tu cama, tu culo y tu
biblioteca, los libros dedicados de Vázquez Montalbán y de Berasategui, tu
cocina fetén con horno de vapor, tus cuchillos Kai Shun y claro, los chicos no
pueden resistirse y te dicen que sí, que ellos también cocinan, que comieron un
día en el Bulli, que guisarán para ti lo que les pidas y zas, se achicharran
con la sartén llena de aceite, se cortan los dedos o se arruinan comprando en el
mercado de San Miguel todas esas delicatessen que te gustan. Y ya van cuatro víctimas cortadas. Te van a subir
la prima de riesgo los del seguro del hogar, déjalos en paz, préstales tu culo
y tu atención pero no les obligues a cocinar, no les sugieras que te guisen
para cenar unos riñones al Jerez porque corres el riesgo que te vomiten en la
alfombra persa, no les indiques que te mueres por dos docenas de ostras edulis
porque se van a cortar las venas de las muñecas intentando abrirlas, no les confieses que te
mueres por un chupe de camarones porque se perderán pidiendo eso en todas las
farmacias de Madrid.
Pero a mi
puedes pedirme lo que quieras, además sabes que no te quiero por tu culo sino
por tus apetitos viscerales. No tengo BMW, ni comí en el Bulli, ni perseguí nunca ninguna
unidad de destino laboral en lo universal, mi Visa ha caducado y no me la
renuevan, me aburren los programas de cocina y mis cuchillos son baratos, del
Ikea, pero sé cocinar, soy de esa rara especie (gracias abuelita, te mando un beso desde aquí), así que cuídame, mímame, ponme
en tu lista de animales en peligro de extinción y pide por esa boquita lo que
quieres. ¿sopa?, ¿asado?, ¿guisote?, ¿fritanga?, ¿cunnilingus? ¿la postura de la mariposa?... te hago de todo, yo no me corto.
Estas son las lecturas que a uno le alimetan el alma
ResponderEliminarMuchas gracias Xesco. Cuanto mal hicieron los potitos... y los aires sápidos...
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