Los extremeños
y los chinos tenemos una extraña conexión culinaria aunque esté hoy casi
extinguida. Mi abuela y mi madre gustaban también de estas “golosinas” y no
precisamente eran “cocina de postguerra” como pudiera parecer porque ellas, por
fortuna, no sufrieron las terribles condiciones de hambre que durante muchos
años sufrió la mayoría de la población española.
A mi me gustan
todos los guisos mediterráneos de manitas de cordero, cerdo o ternera, la casquería,
las sabandijas, los quesos mohosos… pero con las patas pollo no puedo. Esta es
la frontera de mis prejuicios y mis remilgos. Tampoco he podido comer chinches
de agua gigantes fritos, ni beber el batido Masai de sangre caliente y leche o
el chupito de sangre de serpiente en China, que no es alimento sino medicina. A
parte de eso creo que he comido casi todo lo que la humanidad, en su
maravillosa multiculturalidad, considera comestible, o al menos todo lo que en
los viajes me fue ofrecido como fruslería o exquisitez. No me han gustado los pescados
fermentados, sean suecos, japoneses o inuit. más por su insoportable hedor que
por su sabor mantecoso, ácido y picante pero los he probado con curiosidad y sin asco y sí me han gustado
las insectofilias mexicanas o la chicha o el masato de maíz o yuca fermentada
con la saliva humana de quién previamente ha masticado la cosa. Pero es que veo
estas patas de pollo y se me revuelven las tripas, si además piensas que llevan
varias décadas caducadas…
Se dice que
las autoridades chinas condenarán a los comerciantes tramposos a comerse las
veinte toneladas de patas de pollo que tenían almacenadas caducadas desde los
años sesenta del siglo pasado y a beberse en chupitos el peróxido de hidrógeno
que utilizaban para darles buen aspecto. O si no se dice, más de un chino
desearía tal condena.
Me cuenta
ahora un viejo amigo curtido en aquella cosa extinta, rancia e inútil llamada
“mili” que vio en un arcón de la despensa del cuartel una pieza congelada de
carne argentina que tenía veinte años y que un día, por una apuesta, se la
comieron estofada sin mayor problema tóxico, ya se sabe que la mili “curtía”, por esto y otras causas era uno objetor e insumiso.
Recuerdo también cierta noticia, no sé si verdadera o no, de soldados soviéticos que comieron carne
de mamut, congelado en el permafrost siberiano, de hace más de 10.000 años. La carne estaba algo correosa pero
con buen sabor. Seguro que hoy más de un pirado por lo exótico pagaría mucho dinero por comer una carroña
de estas, tan rara y exclusiva.
Así que ahora…
¿qué harán si les ponen de aperitivo con la cerveza unas patitas de estas?
Recuerden que se come lo de fuera, no los huesecillos… Lo zombi está de moda.
Yo las he probado y me encantaron :3 Lo que no sé es cómo se llaman ¿Lo sabes? Me encantaría encontrar la receta!
ResponderEliminarSi estás en Madrid prueba a buscarlas en el mercado de Mostenses, cerca de Plaza de España...
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