(foto de: dumieletdusel.com)
Parece que
caminemos por las ruinas del futuro. Pisamos cristales y despojos, dolor y
trampas que rompieron con sus dientes todo lo poco que alguna vez fue nuestro. Ahora,
además, vamos descubriendo la carroña que alimentaba a todos estos miserables y
sobre todo el constante mantra de mentiras con el que se ocultaban. Todos sabemos ya la verdad, quienes son
los que mandan y ordenan, los que compran y envilecen el mundo, el tuyo y el de
todos.
Así que hablar
de lo que comemos y amamos puede parecer un adorno superfluo en estos tiempos.
O también una forma de lucha, de resistencia, de orgullo, de fraternidad.
Hablamos, decimos, gritamos, salimos a la calle siempre a cuerpo, sin otro
abrigo que la palabra, la risa y el hambre ¿recordáis?, vosotros, los antiguos.
La carcajada
es inmensa y colectiva. Tal vez seamos nosotros los pobres pero ellos son los
miserables porque necesitan gastar miles de euros para comer y sentirse
ganadores, fuertes, poderosos. Nosotros con poco en el plato o la copa hacemos
fiesta, vivimos este lujo y no ese otro que es cosa de ladrones, fatuos y engañabobos que cobraban "a" y "be", "uve" y "zeta" y no era suficiente.
Enciendo el
fuego, frío unas patatas que callan mi hambre y encienden mi sonrisa. Salgo a
la calle como otras tantas veces, nada nos vence aunque pasaron siglos de luchas
perdidas y bellísimas ciudades reventadas, derrotas de nieve y de desierto. No
porque fuimos muchos, miles, millones, no por que nuestros pasos eran rugido de inmensa minoría,
sino porque la razón nunca es monstruo y vivir es nombrar aquello que casi
siempre nos condenó a la hoguera, los destierros, la ruina y el silencio: fraternidad
en igualdad, con libertad, comida, cobijo, sueños. Lo imposible. Nada más.
Nos da igual
caminar hoy por las ruinas del futuro. Salimos a la calle de nuevo para cambiarlo. Unas patatas doradas y calientes y una
copa de vino. Lujo posible, dulce y salado igual que tu caricia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario