(Lata de sardinas baratas, made in China o de por ahí)
Seguimos
entrenando el cuerpo en la alita de pollo frita, la hoja de lechuga algo revenida y el caldo viudo hecho con los huesos sobrantes. El oficio de escritor tiene eso,
tuvo eso en España desde el principio de los tiempos. Ya lo dijo el amigo Cervantes,
ya lo explica una y otra vez el colega Trapiello, aficionado también a las
alitas de pollo, el ascetismo, la miseria, la precariedad y la amenaza de una futura vejez difícil. La
afición a la alita y la lechuga lacia es una elección, claro, uno podría ser
gangster de la cosa financiera, funcionario, fontanero, rentista, ministro, muchas cosas
de las que se come bien y en abundancia, pero eligió esto, que tampoco es lo peor, contar historias, inventar otras vidas con las palabras desnudas, que son los ladrillos de todos y por tanto
todos las menosprecian, desbaratan o roban con impunidad absoluta.
No se queja
uno de la alita, que con ella se puede hacer altísima cocina. El Bulli hasta hizo
una vez un guiso, muy celebrado por los gourmets, de ternillas de pollo, ya ven.
Además jugar con las palabras es muy socorrido para el desahogo crítico de la crisis, es valium
barato que no paga receta, permite que uno mismo se escriba su propio libro de autoayuda o su
propio veneno suicidario y funebrista.
Pero a pesar de
tanta crisis y carestía a uno no le gustaría ser como Cela, que se recorría los
mesones de postín de España en un Rolls conducido por una choferesa negra y luego se tiraba pedos y se hurgaba el diente con un palillo para sacar el pellejo del cordero asado. Ni tampoco quiere uno que le llamen como juez y parte de concursos gastronómicos para comer de balde a
cambio de escribir unas palabras florales por ahí del evento, los cocinillas o
las marcas patrocinadoras. Ni tampoco desea escribir historietas de obispos rijosos, cálices
metafóricos y últimas cenas con abracadabras pirotécnicos para luego tener cola
en las ferias del libro y tener que escribir cientos de veces “para Pitita, mi lectriz preferida”.
No, aunque no se lo crean uno prefiere seguir a su bola y rebañar sin remilgo y
con glotonería el platillo de alitas. Menos tuvo Cervantes en esta vida. O más
cerca el amigo Bolaño, que tuvo que hacer de todo para sobrevivir malamente y ahora,
por una parte, es triste ver que no puede comerse media lata de caviar Beluga
con dos botellas heladas de champán fetén, mirando al mar, por cuenta de sus derechos
de autor. Pero por otra parte pienso que él o ellos, Bolaño o Cervantes, también supieron sacar partido a las
alitas fritas y su obra quedará prendada y prendida durante muchos años y hasta
siglos en el presente de millones de personas, lectores que descubrirán la frescura y la actualidad de sus palabras para sobrecogerles o abrigarles el corazón, mientras las obras de Cela o de Brown no las leerán en pocos años ni Firmin
ni ninguna otra rata comedora de libros.
Uno tampoco
espera lucir en la posteridad porque es de natural hedonista, vago y glotón, sólo
espera cambiar de cuando en cuando de menú, tener parné para una sardina y dos
hojas de repollo y seguir jugando con las palabras a inventar otras vidas mientras me dura esta y que sea con muchos años de salud. Ea, va la receta.
Desescamada y desespinada la sardina, salpimentada y aliñada con una mezcla de aceite, ají amarillo y limón, envolvemos su carne en una hoja de repollo apenas ablandada al vapor y freímos en aceite, previo pase por un poco de harina, este saquito sorpresa.
Desescamada y desespinada la sardina, salpimentada y aliñada con una mezcla de aceite, ají amarillo y limón, envolvemos su carne en una hoja de repollo apenas ablandada al vapor y freímos en aceite, previo pase por un poco de harina, este saquito sorpresa.
Como siempre, un placer leerte
ResponderEliminarGracias Roberto. Aquí resistiendo las inclemencias.
Eliminaren cuanto se publique el recetario, por aqui te espero a degustar viandas asiaticas (todo sin tilde, ya sabes como son estos teclados)... abrazos!
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