domingo, 9 de marzo de 2014

ACEITE DE VAINILLA


Te hacías traer la vainilla Totonaca a través de misteriosos caminos comerciales, pero no para perfumar el chocolate con el que envenenaron el alma de Cortés, ni para aromatizar vulgares y dulzones helados yankis sino para competir con el Chanel número 5 e intoxicar mis boca con tu cuerpo.

Tras  darte un largo baño en agua muy caliente, masajeabas tu piel con un elixir que fabricabas tu misma con vainas de vainilla mexicana tostadas y aceite de oliva virgen de Jaén. Luego te limpiabas con una toalla de hilo secada al sol y te vestías con unos vaqueros viejos y una camisa blanca.

La brisa fresca de marzo me traía el olor de las mimosas y la tierra húmeda de los olivares. Bajo la sombra de la parra se veía el paisaje de los almendros y los ciruelos en flor de las dos lomas que protegían tu casa de los últimos fríos del norte, pero bastaba cerrar los ojos para intuir un olor muy distinto a todo ese paisaje.

Habías hecho un mole picante para guisar las perdices que te había regalado y bebimos dos botellas de tinto para mojar nuestras palabras. A eso de la cuatro de la tarde la brisa ya era dulce y cálida, gritaba la primavera en todo el horizonte. También estaba cálida tu alcoba. Olía muy bien tu cuerpo, pero su sabor era mucho mejor.

No tuve que rogarte mucho para que me confesara la receta. En medio litro de aceite de oliva virgen dejas macerar un mes seis vainas de vainilla mexicana que antes has secado un poco al fuego en una sartén y machacado en un almirez nuevo. Luego filtras este aceite con un colador de gasa y te masajeas el cuerpo con un poco de este aceite tras el baño. No necesitas usar después ningún desodorante ni perfume.

Ni rosas, ni chaneles, ni aguas de colonia, ni afeites cosméticos huelen tan bien. Imagino que tu propio olor se mezcla con el del aceite y el de la vainilla. Si, no hay mejor perfume, ni mejor postre, ni mejor receta un día como hoy de sol y marzo. 


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