En tiempos no tan remotos, la Cuaresma, más que una
opción, era el único camino de muchas hambres. Salvo el tocino, los embutidos
de la matanza y algún bicho del campo, poca carne había en la mayoría de las
ollas. No es gratuito por tanto el galgo que sale en esta fotografía de un
pueblo de Guadalajara de hace 100 años. Gracias al galgo había, de cuando en
cuando, una liebre para hacer con judías o con arroz.
Mientras te
enseño la foto preparo con voluntad de ateo un guiso de Cuaresma, hoy que, si
hay exceso, es siempre de carnes y el lujo es la verdura y el pescado seco. Con unos
corazones de alcachofa, cocidos, limpios y cortados en cuartos, con un buen
bacalao desalado y desmigado en pedazos grandes, con cinco huevos cuyas
progenitoras no probaron el pienso, te hago una tortilla humilde y majestuosa,
sencilla y fastuosa, pobre y lujosa.
Luego corrompo
mi penitencia y mi ayuno de carne con una salsa de callos templada en la que
nadará unos minutos la tortilla ya hecha. Hace cien años esta tortilla era de
fiesta. También hoy.
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