Una vez, hace tanto tiempo que me asusta, probé la sopa de ajo.
Mis sopas de ajo me las enseñó Sixta, la mujer de Flore. Son unas sopas sencillísimas, minimalistas, puro concepto. Doro cuatro dientes de ajo cortados en láminas en buen aceite caliente, retiro los ajos y añado pan candeal “asentado” cortado en rebanadas finas y una minúscula porción de pimentón dulce, cuando se empapa del aceite añado caldo hirviendo, también conceptual, hecho con hueso de rodilla, carcasa de pollo, hueso de jamón, los ajos fritos y dejo cocer a fuego bajo menos de cinco minutos. Entonces, al retirar la cazuelita (mejor de barro) del fuego, añado un huevo para que se escalfe en la sopa, un poco de jamón graso muy, muy picado y hierbabuena también muy picada. No sofrío el jamón como en las recetas tradicionales, está más rico así.
En días como hoy, de frío, lluvia y neblina, recién comenzado este año incógnito, son el mejor alimento para el cuerpo y para el alma.
En días como hoy, de frío, lluvia y neblina, recién comenzado este año incógnito, son el mejor alimento para el cuerpo y para el alma.
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