El viajero en
el tiempo ajusta los controles de su máquina y da un salto hacia el pasado. Sobre un
panecillo de tahona aún templado extiende dos filetes de secreto ibérico asado
a la parrilla, un poco de pimienta, sal, tres pimientos verdes fritos y caramelizados
en la sartén con un poco de miel y un chorrito de vinagre de Módena. Se ha comido
el bocadillo en el Retiro y luego ha salido a la ciudad sin rumbo fijo. Todo lo
que era sólido no existe, acaso tampoco existiera ya entonces. Los mejores amigos son esos últimos que te
abandonaron, el amor más dichoso era el que te dejó sin hacerte beber ninguna pócima
mágica, cocinar no es una forma de ocio, ni un entretenimiento, sino el
lenguaje íntimo de la dicha más viva y tan lejana. El viajero en el tiempo
quiere volver de nuevo a este presente. Abre su vino, repite el bocadillo aquel
de hace ya muchos años y sale al bosque en invierno sin rumbo fijo. La certeza
de estar sólo no abriga, tampoco calienta nunca el amor por venir, ni las
palabras que tallan en las piedras del río lo que aprendió con los años
fracasados, ni las lecturas compartidas al amor de las aguas..
Sin embargo
este bocadillo antiguo tiene hoy el sabor de lo recién hecho, de alimento sin
trampas, sin enigmas, de los tiempos remotos, ya perdidos, en los que comer era
sólo la fiesta necesaria para olvidar el hambre y compartir de memoria otras
memorias milenarias y jóvenes, sin embargo.
Fotograma de "The Reader" |
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