Uso a menudo unos platos de mi bisabuela sin otra
ceremonia que el placer de utilizar un objeto que lleva siendo útil más de cien
años. Algunos tienen desconchones, grietas y reparaciones antiguas.
Hoy hemos olvidado
como reparar los objetos. Preferimos tirar y comprar otros nuevos, olvidar su pasado. No nos gusta el paso del tiempo ni las cicatrices que
dejan los años en nuestra piel o en nuestras cosas.
Kintsugi, cicatrices
de oro. Cuando en Japón alguien reparaba en casa un objeto apreciado, sin mayor
valor monetario que su utilidad, embellecían el lugar reparado rellenando las
grietas, los desconches o las cicatrices de la loza con oro. Existe la creencia
de que cuando algo o alguien ha sufrido una herida y tiene una historia se
vuelve más bello. El arte de reparar esos objetos se llama Kintsugi,
carpintería de oro. Tras utilizar con mimo y tino el pegamento se esparce luego
polvo de oro sobre la herida. La grieta o rotura, además de reparada para
volver a ser usada, es la parte más fuerte del objeto y la más hermosa, no se
esconde ni se disimula sino más bien lo contrario, se realza.
En esta loza antigua,
en estos platos rotos y reparados de mi bisabuela bato los huevos, coloco un
poco de queso y de jamón, admiro como el tiempo embellece tantas veces lo que
toca.
Tal
vez por eso me gusta el kintsugi que luce tu vientre. Toco el oro invisible que lo cubre,
acaricio la piel que encierra tu vida.
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