Va llegando la nieve que esconde la silueta de las cosas y da al campo un aire
de novedad y de fiesta. Hace mucho frío y llevan ya rato cociendo despacio unos
puñados de castañas medio pilongas. Huele bien la cocina a bosque maduro, a
paseo en busca de setas, a una vida más lenta y sin bisuterías.
Mientras se
ablandan las castañas me pongo a escribir para Iker un pequeño cuento sobre Ahab y un
monstruo de río. Se calientan los dedos con estas pequeñas historias antes de
entrar luego en otras de más peso.
Cocidas
siempre con poca agua y su punto de sal, cuando están ya muy blandas, las cuelo
y las trituro en el pasapurés. Frío un diente de ajo, unos torreznos picados y un
poco de pimentón. Añado luego la pasta de castañas y mezclo todo bien. Suavizo
este engrudo con un chorreón crudo de aceite de oliva bueno.
Sobre esta “pringá”
pongo un huevo frito, me sirvo una taza grande de café y comienzo a desayunar
mirando Gredos. Me limpio luego el cuerpo con un buen zumo de naranja y nieve
del tejado.
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