domingo, 27 de julio de 2014

ARROZ ANTIVAMPIROS



El día en que descubres todo lo que te has perdido ya estás muerto. Igual que el día en el que sientes que cualquier tiempo pasado no fue mejor sino inexistente. No hay más que hoy. Y los libros, para hacer más intenso este paseo o para entender antes el engaño del porvenir. Guiso un arroz tan negro como el futuro. Sofrito, tinta de calamar, caldo de morralla, tres buenos puñados de chipirones limpios, arroz del Ebro y tiempo. Luego fabrico un ali oli para espantar vampiros.

Freud nos enredó con eso de las fases, que si oral, anal, genital… como si el viaje a la madurez fuera una excursión incierta por la geografía de la piel o sus abismos. Yo debí  quedarme en la oral porque sólo me fío de mi boca y de mi olfato para detectar si el arroz está en su punto o si algo huele a podrido en Dinamarca, para buscar las palabras más perfumadas o las grietas donde escondes tu placer. Utilizo el resto de mi cuerpo real o imaginario, claro, pero nada como una boca para nombrar la felicidad o los desastres dolorosos de vivir.


Se va el olor del arroz enchipironado por la ventana abierta del verano hacia los bosques de robles y castaños de la sierra. Pero todos los vampiros siguen ahí amasando el poder, robando nuestro tiempo, enarbolando discursos por la tele, diciendo que ellos tienen la razón y nuestros sueños son una vana reminiscencia poco madura de nuestra fase oral. Ellos están en la genital, claro, lo hacen todo por huevos, mira esas leyes rancias que se van sacando de debajo del sobaco como golondrinos. No se han enterado que a ellos también los arrasará el tiempo y antes nosotros juntos, cocinando arroces de pobre y gritos dulces de libertad y revolución.

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