Rachana Bhatawdekar |
El mejor
desayuno, mientras cae tras la ventana una tormenta de verano, son unos huevos
y unos pimientos fritos, un pan de pueblo y sentarse a mirar la lluvia como si
fuera el mejor espectáculo del mundo. Pero me distrae tu culo a medias arropado
y esa forma que tienes de volver de los sueños.
Se llena la
casa de olor a fritanga, a pimientos, a verano. Debe ser las diez de la mañana
y ya hay hambre. También hay pan con tomate y jamón, café, cerezas. Todo un
festín. A parte de comer, follar y leer hay pocas cosas más en el mundo
tan distraídas.
También está
la ciudad, claro, salir a la calle con los ojos bien llenos de asombro, sentir
el frescor de la tormenta, caminar largo rato, entrar en el cine a eso de las
ocho. Tantas veces la vida no está por delante sino justo a nuestro lado, y no
por mucho tiempo.
Desayuno en la
cama, en bandeja de falso convaleciente. Pringo el sol del huevo, la galaxia de
sabor que tiene el agüilla del tomate en el pan, el aroma del pimiento, la
punzada salada del jamón, la dulce acidez de las cerezas. Arrecia la tormenta,
el agua golpea los cristales y los truenos explotan no muy lejos.
Desayunar es
una forma de militancia y compromiso. A partir de ahí el día entero está por hacer.
Hay quien desayuna apenas un café sin madalena. Tristes trópicos.
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