Foto de Laura Taylor |
Hay quienes
piensan en el pisto como en una guarnición de algo más importante, pero para mi
el pisto es plato principal que, como mucho, si eres un vicioso, lo puedes
malear con un par de huevos escalfados en su calor. Yo no los necesito. Pisto y
pan, tinto fresco, sombra de emparrado o de hiedra o de madreselva.
El amor en
verano da hambre de pisto. Sale uno de las sábanas frescas de la penumbra de la
alcoba y da gusto pisar las viejas baldosas y meterse media hora en la cocina a
preparar este guiso. Imprescindible comerlo desnudos, así no se estropeará
nuestra mejor camisa de lino si se nos cae un churretón rojo por la barbilla y
el pecho. Si se le cae a ella será la escusa perfecta para usar nuestra lengua
de servilleta.
Esta vez las
setas, boletus de verano, los he
hecho a parte, sobre la parrilla, vuelta y vuelta, chorro de aceite y sal. Pisto,
setas, pan, vino, comida frugal porque luego hay siesta y luego baño en la
garganta y luego la noche es larga para no dormir. Que se vayan al cuerno las sferificaciones,
los hoteles remotos con wifi, los vinos con etiquetas modernas y el sexo tántrico. Al pan pisto.
Foto de Cristian Fernández |
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