Foto de Carl Warner |
Hace un calor
intenso, un aliento africano que empuja a la ciudad hacia un sueño Sahariano. Se refugia
en un granizado de lima y hierbabuena y se deja deslumbrar por el libro de James Salter. Nunca supo acertar donde guardar la dicha ni donde atesorar toda esas seguridad
con la que se disfrazan los hombres de su edad. Él se siente vulnerable como un
adolescente, pero también arrogante, casi siempre perplejo. Lo que sabe nunca lo enarbola. Con tres palabras puede despellejar, extraer la glándula con la
que el otro rocía de líquido, de dudoso poder, de chulería educada. Nunca lo hace. No hay nada más
patético que un hombre de su edad que no puede dejar de mirar el trasero de las
chicas que bajan por la calle con sus culos metidos en pequeños vaqueros
recortados. Tipos que aceleran en el semáforo. Miran un reloj cuyo precio es idéntico al
sueldo de un año de cualquiera. Saben más de cinco nombres de marcas de ginebra
azul y tienen vacaciones en lugares que suenan lejanos. Pero él no sabe nada y de eso si presume. Ignorar le
llena de energía, le empuja a seguir allí, aprender, mirar el mundo con asombro, vaga por él, toma
notas con sus ojos, escribe algo en el cuaderno, se siente libre bajo la vieja
camiseta aunque no posea nada, casi ni tiempo. O por eso.
Cierra los
ojos al meterse en la boca un berberecho o un pedazo de tomate, al tocar el
libro, al sentir el calor intenso de la tarde. Ellas en cambio si han
aprendido. Son más sabias y no son conscientes de esa ciencia secreta. Unas
pocas no pudieron salir de la rabieta silenciosa de haber perdido ayer los
treinta, se envenenan con afeites y fármacos, con trapos de colores y con tintes cada vez
más rubios. Pero la mayoría son sinceras con el dolor del tiempo. Miran de frente sin esconder casi
nada, no se dejan engañar por los cotorreos de los teóricos de la autoayuda, la
pereza de sus amantes, las idioteces que recitan las lideresas del mundo o la cara de
amargura mal disimulada de la nueva reina. Ellas lo han descubierto casi todo.
Saben lo que de verdad importa y lo que no vale nada aunque sigan el juego, la corriente
y se pongan a veces el mismo pantalón vaquero de sus hijas y se pinten de rojo los labios. Tienen derecho a
esas ínfimas debilidades.
No es mucho
saber cocinar. Es casi nada. Termina la ensalada y el libro. Dicen que Venus
salió de un berberecho, eso pintó Botticelli más o menos. Para él salió de un viejo libro o de un tomate en sazón.
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