Tan anticuado
en un tiempo y ahora de pronto tan moderno. Cada verano caigo un rato en Josep Pla y su misceláneo “El que hem menjat”(publicado en el 1972).
Leo a bocajarro: “no hay amor sin cocina.
La práctica del amor es inconcebible entre personas mal comidas o tirando a hambrientas.
En nuestra época, el amor, en general, ha sido sobrevalorado. Es una actividad
sostenida solamente sobre palabras inconexas, sobre un erotismo abstracto. La
época es desagradablemente romántica, y probablemente, por esta razón, es de
una tristeza y de una decepción irreparables” Y todo esto lo saca el tío de
pronto hablando de caldos y de sopas. Imagino que Pla se proyecta, echa mano de
su memoria, tal vez recuerde a su amiga Adi
Enberg, no sé.
Puede haber
amor sin cocina, claro, pero el amor con cocina es siempre más intenso y
sabroso. Lo del erotismo abstracto ya lo veo menos, será que lo practico poco o
que me gusta más el hiperrealismo. Todo esto para escribir que el otro día hice
unas sopas de ajo para cenar y me ha hecho gracia el desahogo de Pla al leer
esta tarde sus memorias glotonas. Láminas de ajo frito, caldo de pollo, pan
duro y un huevo pochado para dar algo de enjundia al agüilla caliente. Fue una
cena pobrísima en el concepto, el contexto y la idea. Una sopa de ajo es una
inmensa tristeza en verano, una cosa de convaleciente, de postguerra, de
reaccionario que añora lo que nunca sufrió.
Vamos a ser
sinceros, tralará. El amor sin cocina es una pura mierda y el erotismo
abstracto una cosa de museo con mucha instalación y una tienda muy grande donde
se venden todo tipo de gadgets artísticos, posavasos y eso. Una sopa de ajo
para cenar debería estar en los libros de arqueología egipcia o etrusca o en
los de cocina recreativa de la carestía. No vuelvo. Precisamente yo que, como
todo el mundo sabe, vendí mi alma por el secreto de la tortilla de patata (con ce-bo-lla).
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