Gracias a Josep Escobar por este impagable personaje, y tantos otros... |
Troceado y
salpimentado, le doro a fuego fuerte, retiro los pedazos, añado más aceite y
sofrío julianas de zanahoria, puerro, apio, cebolla y pimiento verde. Vuelvo a
poner el pollo, un vaso de jerez dulce, otro de vino blanco y un tercero de caldo de
cocer los vestidos crujientes de unas gambas pasados antes por la sartén. Guiso
el animalito despacio y cuando está tierno saco de nuevo los pedazos, paso por
el pasapurés de mano la salsa y añado una picada triturada a mortero de piñones
tostados, diente de ajo y un poco de leche de coco, además de las colas de las
gambas crudités. Vuelvo a meter el pollo en la salsa, breve chup chup y a
reposar. Mejor comer al día siguiente, recalentado y con hambre de Carpanta.
Hace nada era plato de celebración, de
boda, de lujo, de día extraordinario. Hoy es carne y bocado de crisis,
de menú corriente, de diario. Más no para mi. Comer pollo es siempre algo
grande. Hay que tener memoria, no olvidar nunca la historia tantas veces
humilde e ingeniosa de nuestra cocina y la felicidad que producía en el 61 y antes, en la dura postguerra, comer pollo.
También me vale asado o frito. De cualquier forma
está bueno.
¡Qué grande Carpanta!
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